A caballo entre el morbo y la
heroicidad, un médico y dos médicas a diario se juegan la vida, la
salud, el pundonor y la capacidad de abstracción o distanciamiento
viendo y tratando las más inimaginables asquerosidades que el cuerpo
humano es capaz de desarrollar.
Entre los documentales que nos ofrece
la cadena Xplora, dos, Cuerpos embarazosos y Enfermedades
embarazosas (aún no sé cuál
es la diferencia), han llamado poderosamente mi
atención hasta el punto de que, cuando hago zapping, a menudo me
cuelgo embobada mirando zonas de cuerpos humanos vivos que en su
mayoría de veces resultan más repugnantes si cabe que uno de esos
esqueletos pringosos y putrefactos con los que suelen tropezarse los
protagonistas de Bones. Eso sí, que no me pille cenando, no
sería capaz de resistir tal tortura sin tener que vomitar a
continuación.
Desde la punta del pelo de la coronilla
hasta la uña más chiquitina de un dedo meñique cualquiera, es
increíble la de porquerías que pueden acumular nuestros queridos
organismos humanos. Sin necesidad de penetrar en su interior, de
bucear entre los entresijos de sus órganos internos ni de indagar
entre desechos o fluidos, tenemos, si nos atrevemos a hacer un
visionado de alguno de los capítulos que componen estas dos series
de documentales, la posibilidad de mirar y admirar en primer plano
desde unas “bonitas” hemorroides hasta un “lindo” cuero
cabelludo repleto de quistes, pasando por un “envidiable” pene
lleno de llagas al rojo vivo y haciendo escala entre unos
descomunales senos mamarios que no hay talla de sujetador que los
pueda contener.
Nuestros protagonistas, la doctora
Pixie McKenna, la doctora Dawn Harper y el doctor Christian Jessen,
son capaces de convertir una consulta médica en un show televisivo y
una revisión de genitales en una peli gore. Su poder de
convocatoria les lleva a viajar por diferentes ciudades europeas,
montar una improvisada consulta en su tenderete de campaña en medio
de una plaza pública de cualquier ciudad que podamos imaginar
(estuvieron ya por Marbella o Torremolinos) y conseguir que el garito
se les llene de “tullidos” y “leprosos” como si de la Virgen
de Lourdes se tratara.
Eso cuando no les da por montar un
espectáculo circense llenando el espacio público de una plaza mayor
de retretes e invitando a los transeúntes que pasan por allí a
mostrar a todos los asistentes, amén de telespectadores, cuáles son
sus costumbres para hacer caca, mientras ellos, con la paciencia, el
cariño y la simpatía que les caracteriza, les van corrigiendo los
errores y enseñándoles la forma correcta de pasarse el papel
higiénico por el trasero.
Pero, hablando de mostrar..., yo creo
que un médico en consulta no tiene una visión tan real, cercana,
nítida, completa y certera del cuerpo de su paciente como la que
esta serie ofrece a sus telespectadores. Porque..., vamos a ver, lo
primero que me parece que suele hacer un médico de verdad es ponerse
su bata blanca, no para asustar sino para preservar un poco la
higiene. Pero estos tres no, él y ellas se aproximan a la zona más
guarra que pueda uno imaginar de un cuerpo humano con su modelito de
lo más chic, luciendo vestidito a la última o camiseta chula y
tejanos. Y lo segundo, respetar un poco la intimidad del o la
paciente cubriendo sus desnudeces con una sabanita dispuesta para tal
fin y pidiéndole que se desvista exclusivamente de la prenda que es
total y absolutamente necesaria, protegiendo su pundonor detrás de
un horrible biombo, si de criterios decorativos se tratase, pero que,
en estos casos, cumple de sobra su función.
En estos documentales no, aquí todos
van a pecho descubierto. Los médicos, como decía, luciendo palmito,
y los pobres pacientes, enseñando a diestra y siniestra, a médicos,
cámaras, regidores, telespectadores y demás fauna televisiva, sus
más íntimas intimidades, sus más vergonzosas deformidades, sus más
repugnantes prominencias, sus más asquerosas fluidificaciones, etc.,
etc., de manera que podemos estar viendo la cara de la buena señora
que se queja de molestias en sus bajos fondos y a continuación la
cámara se acerca hasta sus partes pudendas y nos enfoca con todo
detalle un prolapso uterino y los dedos de la doctora Pixie palpando
el abultamiento, con un guante puesto, eso sí, y que previamente se
ha cambiado después de introducir dos dedos en el repulsivo recto
hemorroidoso del paciente anterior.
Y yo me planteo..., deben de pagar
mucho a estos pacientes para que accedan a mostrar rostro, partes
íntimas y deformidades, todo en uno, tanto a espectadores de su
mismo pueblo como a los extranjeros residentes en otros países. ¿O
será que previamente a la grabación de la consulta les ofrecen unas
sesiones intensivas de terapia desinhibitoria y unos consejos
prácticos de subida de autoestima a pesar de que sean conscientes de
que van a enseñar a medio mundo sus más vergonzosas vergüenzas?
Así, cada vez que me trago un
capitulito de estas entretenidas series, se me plantea la duda de si
se trata de documentales científicos, de realities gore, de
campañas de formación higiénica para ciudadanos de a pie o para
quitarnos los temores y la vergüenza que nos impide en ocasiones
decidirnos a visitar al médico, o tal vez es que sus creadores han
dado con una nueva fórmula para tener pegados a un buen número de
espectadores a la pantalla de su televisor. ¡Si seremos morbosos!
El caso es que, con la mayor
naturalidad del mundo, los pacientes muestran, los médicos examinan
y los espectadores curioseamos esas intimidades de otros que, si
fueran nuestras, no seríamos capaces de enseñar ni a nuestra propia
madre.
Después de terminar de ver uno de
estos capítulos (repes hasta la saciedad, ¿cómo no?, que hasta ya
me he aprendido el sitio exacto donde le crece el tercer pelo que
rodea el ano del muchacho al que operan de hemorroides), no sé si
soltar un fuerte y estrepitoso “Olé tus huevos” o hacer de
tripas corazón para no ir corriendo al baño y echar la pota.
V. E.
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