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Este blog es de carácter lúdico, solo pretende servir de entretenimiento, de expansión, de asueto. Está creado para compartir opiniones, sugerencias, juegos y elucubraciones con aquellas personas cuya afición a las series televisivas conforma en sus vidas un mundo aparte de evasión y fantasía sin necesidad de acudir a cierto tipo de drogas que podrían ser perjudiciales para la salud. Pero, ¡ojo!, ¿quién ha dicho que esta adicción no lo sea...?

El Doctor y Amelia en un bucle

El Doctor y Amelia en un bucle
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sábado, 26 de enero de 2013

De médicos, héroes o pirados



A caballo entre el morbo y la heroicidad, un médico y dos médicas a diario se juegan la vida, la salud, el pundonor y la capacidad de abstracción o distanciamiento viendo y tratando las más inimaginables asquerosidades que el cuerpo humano es capaz de desarrollar.



Entre los documentales que nos ofrece la cadena Xplora, dos, Cuerpos embarazosos y Enfermedades embarazosas (aún no sé cuál es la diferencia), han llamado poderosamente mi atención hasta el punto de que, cuando hago zapping, a menudo me cuelgo embobada mirando zonas de cuerpos humanos vivos que en su mayoría de veces resultan más repugnantes si cabe que uno de esos esqueletos pringosos y putrefactos con los que suelen tropezarse los protagonistas de Bones. Eso sí, que no me pille cenando, no sería capaz de resistir tal tortura sin tener que vomitar a continuación.

Desde la punta del pelo de la coronilla hasta la uña más chiquitina de un dedo meñique cualquiera, es increíble la de porquerías que pueden acumular nuestros queridos organismos humanos. Sin necesidad de penetrar en su interior, de bucear entre los entresijos de sus órganos internos ni de indagar entre desechos o fluidos, tenemos, si nos atrevemos a hacer un visionado de alguno de los capítulos que componen estas dos series de documentales, la posibilidad de mirar y admirar en primer plano desde unas “bonitas” hemorroides hasta un “lindo” cuero cabelludo repleto de quistes, pasando por un “envidiable” pene lleno de llagas al rojo vivo y haciendo escala entre unos descomunales senos mamarios que no hay talla de sujetador que los pueda contener.

Nuestros protagonistas, la doctora Pixie McKenna, la doctora Dawn Harper y el doctor Christian Jessen, son capaces de convertir una consulta médica en un show televisivo y una revisión de genitales en una peli gore. Su poder de convocatoria les lleva a viajar por diferentes ciudades europeas, montar una improvisada consulta en su tenderete de campaña en medio de una plaza pública de cualquier ciudad que podamos imaginar (estuvieron ya por Marbella o Torremolinos) y conseguir que el garito se les llene de “tullidos” y “leprosos” como si de la Virgen de Lourdes se tratara.

Eso cuando no les da por montar un espectáculo circense llenando el espacio público de una plaza mayor de retretes e invitando a los transeúntes que pasan por allí a mostrar a todos los asistentes, amén de telespectadores, cuáles son sus costumbres para hacer caca, mientras ellos, con la paciencia, el cariño y la simpatía que les caracteriza, les van corrigiendo los errores y enseñándoles la forma correcta de pasarse el papel higiénico por el trasero.



Pero, hablando de mostrar..., yo creo que un médico en consulta no tiene una visión tan real, cercana, nítida, completa y certera del cuerpo de su paciente como la que esta serie ofrece a sus telespectadores. Porque..., vamos a ver, lo primero que me parece que suele hacer un médico de verdad es ponerse su bata blanca, no para asustar sino para preservar un poco la higiene. Pero estos tres no, él y ellas se aproximan a la zona más guarra que pueda uno imaginar de un cuerpo humano con su modelito de lo más chic, luciendo vestidito a la última o camiseta chula y tejanos. Y lo segundo, respetar un poco la intimidad del o la paciente cubriendo sus desnudeces con una sabanita dispuesta para tal fin y pidiéndole que se desvista exclusivamente de la prenda que es total y absolutamente necesaria, protegiendo su pundonor detrás de un horrible biombo, si de criterios decorativos se tratase, pero que, en estos casos, cumple de sobra su función.

En estos documentales no, aquí todos van a pecho descubierto. Los médicos, como decía, luciendo palmito, y los pobres pacientes, enseñando a diestra y siniestra, a médicos, cámaras, regidores, telespectadores y demás fauna televisiva, sus más íntimas intimidades, sus más vergonzosas deformidades, sus más repugnantes prominencias, sus más asquerosas fluidificaciones, etc., etc., de manera que podemos estar viendo la cara de la buena señora que se queja de molestias en sus bajos fondos y a continuación la cámara se acerca hasta sus partes pudendas y nos enfoca con todo detalle un prolapso uterino y los dedos de la doctora Pixie palpando el abultamiento, con un guante puesto, eso sí, y que previamente se ha cambiado después de introducir dos dedos en el repulsivo recto hemorroidoso del paciente anterior.



Y yo me planteo..., deben de pagar mucho a estos pacientes para que accedan a mostrar rostro, partes íntimas y deformidades, todo en uno, tanto a espectadores de su mismo pueblo como a los extranjeros residentes en otros países. ¿O será que previamente a la grabación de la consulta les ofrecen unas sesiones intensivas de terapia desinhibitoria y unos consejos prácticos de subida de autoestima a pesar de que sean conscientes de que van a enseñar a medio mundo sus más vergonzosas vergüenzas?



Así, cada vez que me trago un capitulito de estas entretenidas series, se me plantea la duda de si se trata de documentales científicos, de realities gore, de campañas de formación higiénica para ciudadanos de a pie o para quitarnos los temores y la vergüenza que nos impide en ocasiones decidirnos a visitar al médico, o tal vez es que sus creadores han dado con una nueva fórmula para tener pegados a un buen número de espectadores a la pantalla de su televisor. ¡Si seremos morbosos!



El caso es que, con la mayor naturalidad del mundo, los pacientes muestran, los médicos examinan y los espectadores curioseamos esas intimidades de otros que, si fueran nuestras, no seríamos capaces de enseñar ni a nuestra propia madre.

Después de terminar de ver uno de estos capítulos (repes hasta la saciedad, ¿cómo no?, que hasta ya me he aprendido el sitio exacto donde le crece el tercer pelo que rodea el ano del muchacho al que operan de hemorroides), no sé si soltar un fuerte y estrepitoso “Olé tus huevos” o hacer de tripas corazón para no ir corriendo al baño y echar la pota.

V. E.


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