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Este blog es de carácter lúdico, solo pretende servir de entretenimiento, de expansión, de asueto. Está creado para compartir opiniones, sugerencias, juegos y elucubraciones con aquellas personas cuya afición a las series televisivas conforma en sus vidas un mundo aparte de evasión y fantasía sin necesidad de acudir a cierto tipo de drogas que podrían ser perjudiciales para la salud. Pero, ¡ojo!, ¿quién ha dicho que esta adicción no lo sea...?

El Doctor y Amelia en un bucle

El Doctor y Amelia en un bucle
Geronimoooooooo!!!!!!!!!!!!!!!



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lunes, 25 de marzo de 2013

De la F1 a las telemovies alemanas


Un día de estos tengo pensado incluir en mi blog algunos posts sobre Fórmula1, porque, ¡qué caray!, la F1 no es una serie de ficción pero no cabe duda de que serie sí que es y no estoy segura de si tiene más que ver con un deporte real, con un reallity show o con el coche fantástico, y es que tal y como se vienen desarrollando las veintitantas temporadas de los Grandes Premios de F1, bien podría estar incluida entre mis series de ficción favoritas pues tiene todos los ingredientes necesarios: intriga, emoción, protagonistas, plantilla de equipo, temporadas, episodios, cambios de personajes, coches a toda velocidad, investigaciones, asuntos internos, estrellas invitadas, etc., etc.



Pero hoy no es el día en que dedico mi post a la F1, ha sido solo a modo de introducción, prometo abordar el tema uno de estos días. Sin embargo sí quería tomar prestado de la F1 a uno de mis personajes favoritos, Pedro de la Rosa, del cual soy admiradora y siento tanta pena y rabia cuando en una temporada, como en la actual, casi recién comenzada, no le toca correr, como alegría siento al ver que al menos en algo se reconoce su valía y su experiencia y es contratado por escuderías importantes donde, como este año en Ferrari, tiene oportunidad de demostrar y aplicar sus conocimientos.



Me pregunto si algun@ de vosotr@s tiene como yo la manía de ver parecidos por todas partes entre los famosos. Yo sí he de confesar que es una obsesión que tengo hasta el punto de que muchas veces confundo a algunos actores entre sí. Quizás algún día también dedique algún post a esta otra adicción mía de coleccionar parecidos.



En esta ocasión os quería hablar del asombroso parecido que, a mi juicio, comparte mi querido Pedro de la Rosa con ese actor turco de tan buen ver que suele trabajar para la televisión teutona, protagonizando un montón de telemovies de producción alemana, su segunda nacionalidad. Me refiero al bellezón Erol Sander, actor de atractivos rasgos árabes y cuyo nombre real es Urcun Salihoglu.



 Se parecen hasta en el acompañante


Sinceramente, no sé qué tal actor sería Pedro, pero no creo que lo hiciera peor que Erol y me parece que alguien se está perdiendo la oportunidad de ofrecer un buen papel en alguna peli o serie a nuestro, por el momento y de nuevo, comentarista de carreras de F1 de Antena 3 junto a Antonio Lobato. Claro, que esto es meterme donde no me llaman porque nadie me ha dicho que a Pedro le interese trabajar como actor, soy yo quien, en mis elucubraciones y fantasías, lo veo de prota en una serie en la que se luzcan muchos coches fantásticos y haya mucha acción, muchas carreras y alguna que otra escena de seducción a la americana. Porque... ¿quién me dice a mí que Sander no esté interesado en hacerse piloto de F1?



Pero volviendo a Sander y las telemovies germánicas... me da por preguntarme si esta invasión actual en las tardes domingueras de Antena 3 no tendrá que ver con ese flirteo entre nuestro Rajoy y su Merkel... ¡Hombre, por Dios! Que bastante tenemos ya con aguantar que el niñato Vettelito nos quite siempre el protagonismo ahora que ya hemos empezado a descansar de “el Kaiser”, que no se conformó con una ni dos, tuvo que hacerse 7 veces campeón. ¿Es que Sebastian va por el mismo camino? ¿Será verdad eso de la superioridad de la raza aria...?



En fin, me parece que bastante tenemos ya de invasión alemana en nuestra sociedad como para que nos bombardeen con esas pelis que nos muestran a galanes guapísimos (Erol Sander), paisajes de ensueño, hoteles fantásticos, playas paradisiacas, fiestas glamurosas, jardines de edén, desayunos al aire libre, caserones palaciegos, lagos de cuento, bellísimos rincones de ciudades encantadas, historias románticas... 



¡¿Qué está pasandoooooo?!


V. E.

domingo, 24 de marzo de 2013

Ley y Orden I


"Ley y Orden" (I)

-Macroserie-



Ley y Orden es como un complejo enorme de episodios de serie del genero drama policiaco donde caben multitud de personajes, de mayor o menor relevancia o protagonismo dentro del amplio margen de funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, de investigar casos criminales y de juzgar a los imputados.

Dentro de esta macroserie existen varias ramas o spin offs, desde la serie original, que comenzó en el año 1990, hasta la más reciente temporada de la versión Criminal Intent (Acción criminal), que data del año 2001. Estas dos ramas tienen una misma base de acción en común, de la que hay personajes que aún perduran desde las primeras temporadas y otros que desaparecen y más adelante se reincorporan, entre letrados, inspectores de policía, jueces, fiscales y hasta psiquiatras.




Existen también la variante nacida en 1999 y que aún hoy continúa, Unidad de víctimas especiales, y las versiones Ley y Orden Los Ángeles y Ley y Orden UK, imitación llevada a cabo en el Reino Unido, nacida en 2009 y que aquí se titula Londres: Distrito criminal. 


 
Al parecer otra modalidad se gestó en 2005, Ley y Orden Juicio con Jurado, dentro de la misma línea de la original pero con distintos personajes, que no tuvo demasiada aceptación. Un spin off más de la saga Ley y Orden he descubierto recientemente aunque creo que nunca vi ninguno de sus capítulos, Conviction, titulada en España NY: Distrito Judicial.


Ley y Orden en Nitro

En la actualidad la cadena Nitro nos ofrece en España, diariamente de lunes a viernes por las tardes, dos capítulos de la serie original, que comienzan alrededor de las 5 (17h) y otros dos a partir de las 8,30 (entre 20,30 y 21h) de Ley y Orden: Acción Criminal (CI), metiendo en el horario entre ambas otros dos capítulos de Walker Texas Ranger.



Estas dos versiones de Ley y Orden tienen, como decía, una misma base de acción, desde la brigada de policía y la fiscalía de Nueva York, y comparten personajes aunque no siempre estén todos. Sin embargo existe una notable diferencia entre ambas variantes, mientras que en la original hay una primera parte dedicada a la investigación policial, siempre existe la segunda parte en la que se lleva a cabo el proceso de enjuiciamiento de los imputados, en la cual tiene lugar un acercamiento profesional entre los componentes del equipo policial y los de la fiscalía, asimismo con careos entre los representantes de la fiscalía y los de la defensa y siempre hay intervención de escenas de juicio, con las que se da por resuelto el caso pertinente. Pero en la versión C.I. está suprimida la etapa judicial y el capítulo está íntegramente dedicado a la investigación policial, si bien siempre existe un contacto con el ayudante del fiscal en curso y en ocasiones se apoyan en algunas secuencias de juicios que arrojan luz a la investigación.



Una constante, a pesar de los muchos cambios llevados a cabo durante las temporadas de Ley y Orden original, es la presencia del detective Mike Logan, interpretado por el conocido actor Chris Noth, que a lo largo de la serie cambia varias veces de compañero, en esta versión, siempre masculino, y creo que es la imagen estandarte del equipo de policía de Nueva York en la serie.

A Mike Logan le vemos posteriormente en algunos episodios del spin off Criminal Intent, a partir de la temporada perteneciente a 2005.



Pero la marca visible de Ley y Orden Acción Criminal, el peso del protagonismo de la serie durante diez temporadas en las que percibimos un real cambio físico en la persona del mismo actor que lo encarna, el carismático Vincent D' Onofrio, del que ya os hablé en un post anterior, es sin duda el detective Robert Goren, que casi siempre trabaja acompañado de la detective Alexandra Eames.


Mike Logan y Robert Goren


Mike Logan es un tipo duro, serio, irónico, huraño, de apariencia fría que oculta traumas y profundos dolores; algo maleducado y desconsiderado, apasionado en su trabajo, soltero y sin compromiso y celoso del cumplimiento de su cometido y fiel a su brigada y a los representantes de la ley. Conocedor de los pormenores y entresijos de la labor detectivesca, con buen olfato y cierto grado de astucia para la caza del delincuente, con quien suele sobrepasarse en el trato tanto durante la investigación como durante los interrogatorios. 



Mike Logan, nacido en Nueva York en el seno de una familia de clase obrera, católica y de origen irlandés, vivió una infancia difícil, marcada por el abuso y el maltrato, algo que, sin duda dejó su sello para la posteridad en la persona de Logan, un hombre que parece huir de los compromisos familiares y la idea de formar una familia. Siempre parece sentir más motivación en aquellos casos que implican victimología infantil.

Si Logan suele ser brusco y desconsiderado con las personas a quienes investiga, sean sospechosas o no, por el contrario siempre da muestras de buen compañerismo y fidelidad a la brigada policial hasta el extremo de tomarse como algo personal los casos en los que hay víctimas pertenecientes a la policía, aunque a veces sus modales y salidas de tono le han supuesto algún que otro enfrentamiento con sus superiores.

Robert Goren, proveniente de un barrio de Brooklyn, no es de apariencia tan duro ni tan frío como Logan. Algo payaso y peliculero, sin embargo es una persona de armas tomar, de extremada inteligencia y carácter impredecible y se muestra también como alguien carente de sentimientos que dedica su esfuerzo a la resolución de los casos policiales que le toca investigar, a pesar de que, conocedor del alma humana, sabe distinguir a la perfección cuándo existe alevosía en un crimen y cuándo el criminal obedece a trastornos de su psique, e intenta resaltar este particular en sus interrogatorios. Goren se complementa a la perfección con su compañera, la detective Eames; ambos se tienen pillado el punto concomitante en sus trabajos y saben jugar sus papeles combinando las tácticas de sus estrategias de manera que suelen concluir en resultados satisfactorios. 



Pero el punto fuerte de Robert Goren es sin duda su, en cierto modo, maquiavélica intervención psicológica, adornada de su extenso repertorio de gestos y ademanes teatrales característicos, y aplicando sus conocimientos, adquiridos en parte mediante su estudio y dedicación y en parte debido a los problemas psíquicos de diferente índole y etiología relativos a su familia, factor muy a tener en cuenta en relación al comportamiento excéntrico y, a la larga, problemático, de Bobby en el departamento donde cumple sus servicios policiales.

De dos formas diferentes y complementarias suele Goren aplicar sus conocimientos psicológicos: una, estudiando los comportamientos como seres humanos en su entorno de las personas probablemente implicadas en el caso que investiga, tanto testigos como sospechosos, y otra, interfiriendo mediante sus excéntricos y llamativos ademanes o sus rebuscadas y penetrantes observaciones mediante los que busca distraer o desconcertar a su interlocutor, o incluso hacerle caer en trampas que les suele tender, para, de esa manera, bajarles la guardia y lograr tener acceso al punto neurálgico de su psique que a él le interesa.


Logan y Goren juntos

Por mor del orden aleatorio aparte de repetitivo (mejor llamarlo desorden) en que nos acerca la cadena Nitro a esta serie, los espectadores o seguidores televisivos no tenemos las cosas claras ni los puntos sobre las íes, ni hay dios que se aclare con el curso de los acontecimientos que se suceden al margen de las problemáticas independientes expuestas en cada capítulo. A fuerza de ver uno y otro día los episodios que toquen según criterios o posibilidades de Nitro, una ya se va familiarizando con los personajes y haciéndose una idea de por dónde van los tiros, aunque me temo muy mucho que no logramos llegar al meollo de la cuestión que sería el deseable si todo se sucediera por su paso.

Pero bueno, por el momento esto es lo que hay, y he de decir que hay capítulos muy buenos y muy interesantes, episodios que en sí mismos ofrecen una verdadera obra completa de drama policial. Este es el caso de un capitulazo con el que me encontré el otro día, que al parecer pertenece a la temporada 4 de Criminal Intent, titulado Stress Position, estrenado en 2005.

A lo largo de dicho episodio vemos cómo va evolucionando la investigación, cómo se van descubriendo poco a poco unos entresijos que enmascaran unos hechos graves que se están sucediendo en una prisión y que han dado y están dando lugar a posteriores crímenes y homicidios derivados de la problemática subyacente en la que, al estar implicados servidores de la ley con su correspondiente autoridad y poder dentro del establecimiento penitenciario, los miedos, las ocultaciones, las tergiversaciones, los chantajes, las amenazas y toda una serie de actos derivados de la corrupción, se suceden y van poco a poco arrojando luz en la investigación de un homicidio cuyos hallazgos en un principio aparentan deberse a unas causas y unos móviles muy diferentes de los en realidad son. Poco a poco la trama se va deshaciendo y se van conociendo detalles que desmienten las conjeturas anteriores hasta que se llega al meollo de la cuestión.



Esta complicada trama carcelaria es la responsable de que Logan y Goren entablen conocimiento. Por aquellos juegos de magia del guión, casualmente un ya maduro Mike Logan, que cumple servicio ahora en otro departamento, tiene en la actualidad una novia que trabaja como enfermera en la prisión donde se gestan los crímenes de este capítulo. Logan sospecha, debido a la actitud de su novia, que algo grave ocultan los muros de la cárcel y comienza a investigar por su cuenta hasta que solicita ser trasladado al departamento donde trabajan Goren y Eames al enterarse de que son ellos quienes llevan oficialmente la investigación del caso y decide, mediante la aprobación de los superiores, colaborar con los detectives Robert Goren y Alexandra Eames, quienes en un principio lo reciben con algo de reticencia y desconfianza debido en parte a la reputación de Logan, pero una oportuna consulta a Van Buren los hacen cambiar de idea y aceptar su colaboración, la cual resulta ser decisiva en la resolución del caso.

Es una experiencia interesante observar ese primer encuentro entre estos dos detectives de personalidades bien diferenciadas pero de fuerte carácter, cada uno en su estilo, y verlos actuar en escenas claves de un episodio donde la tensión es la principal protagonista. Ambos, Logan y Goren en medio de su investigación y cuando ya casi llegan al desenlace y han de obrar con celeridad para salvar a la novia de Mike, que se encuentra en un peligro inminente, caen en una trampa y quedan atrapados entre las rejas de la prisión y la amenaza de unos funcionarios violentos y depravados que disfrutan con la tortura y se escudan para cometer sus fechorías en sus cargos y en sus uniformes.

La verborrea psicológica de Goren, su típica actuación plagada de histrionismo escénico y el apoyo moral incondicional del detective Logan, que despide odio y fuego en su mirada iracunda, consiguen aplacar a la bestia y que los secuaces del jefe instigador desistan de su postura y abandonen su acción criminal trabada entre rejas y volcada de forma gratuita sobre las personas de inocentes presos árabes que sufren condenas injustas derivadas de crueles maquinaciones de mentes de auténticos psicópatas que se encuentran al frente de instituciones penitenciarias.


Ley y Orden original y Ley y Orden Acción Criminal

Sin duda ambas son series muy bien realizadas e interesantes y no cabe duda de que hay detrás un trabajo concienzudo en la creación de personajes bien definidos, con características de personalidad diferenciadas, de una idiosincrasia variada, que hace que la serie no aburra y los episodios no parezcan siempre el mismo. 



Lo malo es la forma en que las televisiones nos ofrecen su contenido, pues, además de la insaciable repetición de capítulos, el desorden cronológico resta un gran aliciente al visionado de estas series, donde la evolución de los personajes y la problemática abierta entre los diversos protagonistas no se hace patente, entorpeciendo así la comprensión del trasfondo serial, algo que juega un papel muy importante en su conjunto y que, de cara al público seguidor, de algún modo nos deja a medias, nos impide saborear el clima al completo, la tensión existente detrás de cada caso que se presenta y la natural evolución de los personajes protagonistas que llevan el peso de toda la trama en la continuidad de la serie.



Alguno de estos días tendré que recurrir a hacerme con todas las temporadas y todos los capítulos ordenados de todas las variantes de Ley y Orden, lo cual pienso que ha de ser una ardua tarea, pero creo que valdrá la pena para poder acercarme a la comprensión real de la problemática latente, de la profunda naturaleza de cada uno de los personajes importantes o destacados y de todo lo que, en definitiva, quiere mostrarnos la macroserie creada por Dick Wolf, quizás la tremenda realidad que se esconde tras la ficción, donde los héroes son de carne y hueso, con sus aciertos y sus errores, sus proezas y sus debilidades, sus talentos y sus meteduras de pata, sus bondades y sus maldades.


V. E.

lunes, 11 de marzo de 2013

Pieles embarazosas



Pieles embarazosas




Mi propuesta de hoy no es de serie aunque bien podría estar incluida en el ciclo, que es como una serie pero a lo grande, y, en este caso, me estoy refiriendo a los ciclos de autor, esa serie de películas, inconexas en sí mismas (no obedecen a la misma temática ni están protagonizadas por los mismos personajes), pero que participan todas ellas del sello, de la impronta de su creador y en todas ellas podemos observar ideas repetitivas, manías, obsesiones, trasfondos comunes, que son parte de las vivencias, o más, del alma de su creador. Pero al final este post no va a ir ni de series ni de ciclos en concreto, aunque ya me las veré como pueda pero tengo ganas de hablar un día de estos sobre los temas y obsesiones de Pedro Almodóvar. Mi comentario de hoy, que no sabía si incluir en Inmersos en la vida diaria o en este blog, al final ha venido a parar aquí, a Adictos en Serie, porque tiene un poco de serie, otro poco de ciclo, otro poco de cine y un mucho de adicción.


-La piel que habito. Peripecias en relación a su visionado

Por fin he logrado hacer un visionado íntegro de La piel que habito. Esta peli hacía tiempo que me interesaba ver, desde su estreno, para ser exactos, interés que se acrecentó a partir de la gala de los premios Goya de 2012. Pero a veces las cosas se complican tontamente y, por h o por b, el caso es que había llegado a estas fechas sin haber podido hacerme con una copia en buen estado de esta peli, ya que se pasó el momento de ir a verla a un cine comercial. A pesar de ese interés mío y de haberla buscado por el espacio cibernético sin éxito, había visto imágenes sueltas que me llamaron la atención, esperaba de ella que fuera un thriller más o menos sorprendente, intuía que se compondría de elementos suficientes para conseguir captar mi atención, pero, sin embargo, no tenía ni idea sobre el guión o la trama, no había leído nada acerca del argumento y me había hecho una idea falsa, que no se correspondía con la realidad del film, lo cual jugó a favor de que lograra captar mi atención y aumentara mi interés a lo largo de todo el visionado.

Anoche la pusieron en la 1 de TVE. Casi me la vuelvo a perder por culpa de esta manía del zapping que me hace ver las cosas y luego no acordarme dónde. Como, al parecer, han estado pasando un ciclo de Almodóvar en la Sexta 3, ciclo del que me enteré tarde y solo pude pillar algunas de las películas que incluía de dicho autor, creí que La piel que habito correspondía a ese ciclo y, menos mal que por esas casualidades de la vida me di cuenta a tiempo de que se trataba de un estreno en el canal nacional, donde hay que estar al pie del cañón a su debido tiempo con el pipí hecho y la cena preparada, a sabiendas de que, una vez haya empezado la peli, ya tienes que estar quieta sentada en el sofá sin pestañear siquiera. A mí que no me digan, pero esa comodidad que otorgan los 6 o 7 minutos destinados a la publicidad aunque sea interrumpiendo la película en el momento más inoportuno, vienen de perlas y dan para mucho, hasta para fregar los platos, que una no se da ni cuenta ¡y el gusto que da encontrárselos después limpios y escurridos!

Pero bueno, que me voy por las ramas... Lo que quería contaros es que anoche, a pesar de que ya me había enterado de que “la piel” la pasaban en la 1 y no en la Sexta 3, se me hacía interminable la espera venga a dar noticias, información sobre el tiempo y sobre números premiados en sorteos en los que no participo, con lo cual, no me interesaban para nada, así que opté por lo de siempre, el socorrido zapping, sin tener en cuenta que en TVE te ponen el principio de una peli sin avisar siquiera, vamos, que no te da tiempo ni a reaccionar, y ya os digo, como te pille sin haber echado la meada, luego se pasa mal.

Y así, haciendo zapping fue como caí en una de mis series preferidas del momento y quedé atrapada. Es de esas series documentales para las que no hace falta centrarte ni seguir un orden establecido, que son repetitivas de por sí y a mí me da que están hechas a base de refritos de casos que integran aleatoriamente en cada capítulo aunque formen parte de otros, pues pueden ser incluidos en diferentes temáticas siempre dentro de la medicina y los problemas de salud o corporales. Os estoy hablando, como seguramente ya habréis adivinado, de Cuerpos embarazosos.

Pues bien, la temática de ayer iba de cirugía reparadora y se me fue el santo al cielo contemplando una operación de pezón que parecía bastante sencilla, hasta creo que la podía haber realizado yo misma, aunque, no estoy muy segura, la verdad es que se trataba de un pezón bastante rebelde y tímido, empeñado en volverse hacia dentro. El programa lo pillé en un caso de reconstrucción de labios vaginales que, al parecer, quedaron muy bien después de que su dueña había tenido problemas con ellos, y después me dio tiempo a ver el resultado de un caso extremo que ya conocía previamente de otro capítulo y en el que una gran extensión de piel de la cabeza estaba constituida por quistes que hacían la vida imposible al chico que los padecía. No sé por qué, anteriormente, no había llegado a ver la resolución a este caso y ahora se me presentaba la ocasión de ver cual fue el desenlace. A pesar de que era imposible extirpar toda esa piel quística de la nuca, cuello y rostro del paciente y conllevaba una cirugía peligrosa en extremo, ya que comprometía multitud de terminaciones nerviosas y vasos sanguíneos, el resultado fue asombroso.

Entusiasmada estaba yo viendo estas maravillas de la cirugía cuando de repente me acuerdo de La piel que habito y casi sale el mando disparado, pero no, logré retenerlo en mis manos y teclear el 1, y zas, por lo que os venía diciendo, ya estaba empezada. Pero fue cuestión de segundos...


-Mi atracción por la cirugía

Creo que yo equivoqué mi carrera..., tal vez en mi próxima existencia me haga cirujana.
En fin, no sé deciros con quién disfruto más, si con la doctora Pixie o con el doctor Ledgard (Antonio Banderas), sin olvidarnos de Dawn Harper o de Christian Jessen, aunque hay que reconocer que el estilo de Pixie, Harper o Jessen es muy diferente al de Ledgard; todos ellos son persuasivos, no lo niego, pero, mientras los tres de Cuerpos embarazosos realizan un convincente reclamo digno de unas estudiadas técnicas de marketing, actuando ellos mismos desde la empatía y el acercamiento sin trabas ni repulsa de ningún tipo a cualquiera de los pacientes que acuden a su consulta por muy repugnante o desagradable que sea el problema corporal que pueda presentar, el de La piel que habito no se anda con chiquitas y no se corta un pelo a la hora de realizar cambios a su antojo en el cuerpo que se presente, utilizando métodos tan persuasivos como la violencia gratuita, el secuestro y el dominio por la fuerza.
Yo creo que el doctor Ledgard es la reencarnación viviente del siglo XXI de alguno de aquellos famosos médicos nazis del Tercer Reich.

Claro, yo comprendo que Ledgard, cuando ocurrían los hechos narrados en La piel que habito, todavía no había tenido ocasión de experimentar con más pringaíllos y por tanto no se había convertido aún en un psicopatocirujano en serie, pero, en ciertos momentos del film, me preguntaba yo que hacían los del equipo de Quantico que no se habían puesto a buscar como locos al pobre Vicente. Y es que, como digo, Ledgard no se anda con chiquitas, es de ideas fijas y las pone en práctica sin pararse a examinar ni su conciencia ni la más mínima lista de código ético alguno. Él, como si de Dios se tratara y fiel a esa máxima que reza “querer es poder”, hace o deshace a voluntad pasando por encima de cualquier norma deontológica, sin asegurarse previamente de si existe alguna enmienda de ley que le cubra sus espaldas.

Ha habido casos precedentes en la historia el cine, aunque sin la categoría y los eminentes conocimientos del doctor Ledgard, pero no han pasado de meros sustos, aunque al final la cosa se escape de las manos y termine mal, pero es cierto que a los violadores hay que tratarlos con mano dura. Realmente me pregunto qué es peor, si dormirte un día en una camilla de quirófano siendo hombre y despertarte siendo mujer sin comerlo ni beberlo, es decir, sin voluntad expresa sobre el asunto, o que, sin dormirte, a lo bestia, anestesiado solamente al estilo del fard west, te aten a una camilla y te hagan creer que te han quitado tus pelotas, y encima que no sea obra de un cirujano experimentado sino de una mocosa adolescente guiada por un manual de veterinaria (Hard Candy).

Lo cierto es que no comprendo cómo hay tanto adicto a la cirugía plástica, a meterse prótesis aumentativas, a recortarse de donde sobra, a remodelarse tal o cual zona corporal o incluso al cambio de sexo. Yo odio hasta que me metan la tijera en la peluquería y qué decir de que me hagan algo para lo que requiera anestesia total o hipnosis. No me gusta nada que me manipulen mi organismo sin ser consciente de ello por mucho que pueda esperar un resultado magnífico.

Pero, para qué decir, cuando intento ponerme dentro de la piel de Vicente, el chico que habita el nuevo envoltorio creado por Ledgard, y no, si el caso es que me gusta, ¿cómo no me va a gustar?, tiene mucho mejor aspecto que el mío. Pero me pongo en el caso de que conviertan mi apariencia en la de Schwarzenegger o me coloquen un miembro del estilo del de Colin Farrell -no es que se lo haya visto nunca, creo, es que me habló de su tamaño un amigo gay- y no me gusta nada la idea de que alguien pueda cambiar mi físico a su antojo.


-De los inconformismos a los cambios de sexo

Y es que esta enrevesada temática es como un arma de doble filo... Recuerdo cuando, siendo yo adolescente, se puso de moda el pelo liso y todas hacíamos lo posible y lo imposible por conseguir un pelo lo más planchado que pudiéramos imaginar, y mierda cuando salía el día húmedo, te echaba por tierra todo el trabajo del día anterior. Más adelante la moda cambió por la del pelo a lo afro, y allí estábamos todas haciendo cola en la peluquería para salir con un cabezón voluminoso en extremo y todo nuestro pelo frito. En definitiva, la que tenía el pelo lacio necesitaba algo de volumen y unas ondas que le dieran gracia a su peinado, y la que lo tenía rizado, era urgente que consiguiera una melena lisa, suave, brillante y desenredada. La que tenía las tetas grandes, trataba por todos los medios de esconderlas o disimularlas, mientras que las que se consideraban de “Castellón de la Plana”, hacían lo inimaginable por aparentar a toda costa dar la impresión de estar dotadas de unos buenos apéndices mamarios. Nadie se sentía conforme con su físico, siempre queríamos lo que no teníamos y nos sobraba lo que sí teníamos.

Ahora los tiempos son diferentes y uno o una ya puede transformar su cuerpo a su capricho o necesidad, aunque, eso sí, pagando lo que cuesta. Existen todo tipo de operaciones quirúrgicas para que uno deje de ser como es y se transforme en la persona que siempre quiso ser. En el caso de los transexuales, para conseguir ser el hombre o la mujer con los que uno o una se identificó y que solo veía en sus sueños, ya que la triste realidad era muy distinta, pues su cuerpo no concordaba con la persona que sentía ser.

Éste es uno de los temas recurrentes en Almodóvar, el de la transexualidad, y en sus películas siempre deja entrever alguna tragedia subyacente, la tragedia propia de quien no se siente a gusto dentro de la piel que habita o el cuerpo que no se corresponde con la psique de quien vive dentro de él. Y es que la transexualidad en sí es un drama, que puede ser abordado desde diferentes puntos de vista y cuyo enfrentamiento puede llegar a buen término si se sabe manejar y si se agarra con optimismo. En el ciclo reciente del que hablaba antes, el de las pelis de Almodóvar emitidas por la Sexta 3, más bien un miniciclo, he tenido ocasión de volver a ver La ley del deseo, una de mis preferidas y en la que, para mi gusto, Banderas estaba que se salía, sin menospreciar su interpretación de Robert Ledgard. Pero la que más se salía era la Maura, que, aunque también se salía en Volver, la cual también volví a ver (parece un trabalenguas) como el actrizón que es, la pobre lucía un físico que no se merece. Pero, a pesar de que reconozco que Carmen Maura no puede decirse que sea una belleza, era asombroso ver lo guapa que estaba y transmitía sentirse haciendo de Tina, la hermana transexual de Pablo Quintero (Eusebio Poncela). Creo que nunca vi una Carmen Maura más espectacularmente bella.

No sé..., tal vez esto del cambio de sexo sea una experiencia positiva a la hora de subir nuestra autoestima o proporcionarnos un poco del ánimo perdido. Es como un cambio de look o una sesión de shopping a lo bestia pero a mayor escala. Quizás el cambio definitivo que nos haga decir “aquí estoy yo y soy como me da la gana”.


-Almodovarianismo, de la tragedia a la ciencia ficción

Me pregunto dentro de qué género está considerada La piel que habito pues leo por ahí, entre los comentarios y las críticas, que la encasillan dentro del drama, el thriller, el drama psicológico o el thriller psicológico, y es normal, yo también la clasificaría de esa manera, así la considero, pero llama mi atención no verla incluida en ese gran género que es la Ciencia Ficción y que para mí es, por así decirlo, la base física en la que se asientan los argumentos cinematográficos de este film, toda vez que, en cuanto a la concepción moral o espiritual, es un drama clarísimo, una tragedia en sí misma, al más puro estilo de la Grecia clásica, muy al gusto del thriller actual o del cine negro, si se quiere, combinado con un almodovarianismo depurado, tendente a un minimalismo centrado en el siglo XXI. Si bien es cierto que he leído en algún sitio que se habla de La piel que habito como de una introducción a la CiFi y que, de hecho, el mismo Almodóvar se está planteando acometer una incursión en toda regla dentro del cine de Ciencia Ficción.

Para mí ya lo ha hecho con La piel que habito, que parte de ese tema clásico que hace referencia al alcance de la vida eterna, a la conservación, para siempre, de la vida terrena, a la inmortalidad del cuerpo, tema inmortalizado (valga la redundancia) en el mito de Frankenstein.

A lo largo de la historia de la literatura y las creaciones de ficción, cuando el hombre ha jugado a ser dios y ha pretendido manipular la vida humana a su antojo, solo ha sabido crear monstruos. Hagamos un recorrido por algunas obras que lo corroboran como son La isla del Doctor Moreau, novela original de H. G. Welles, llevada al cine en varias ocasiones, o la tremenda y terrorífica El ciempiés humano.

Si se dio o se está dando, tanto en la ficción como en la vida real, este tipo de experimentos genéticos que científicos sin escrúpulos como Robert Ledgard, Víctor Frankenstein o Josef Mengele, entre otros, fueron o son capaces de realizar con seres humanos, hubo y está habiendo organismos y asociaciones del tipo de las ONGs que mantienen una lucha activa por controlar que no se lleven a cabo sobre animales, lucha que se mantiene viva desde el siglo XIX, en que grupos activistas se pronunciaron en contra de la vivisección. La estupenda película 12 monos, en cuyo argumento tiene lugar un divertido equívoco sobre el que se asienta toda la trama del film, hace referencia a uno de estos grupos defensores de los animales, a científicos locos que pretenden desviar el rumbo de la humanidad entera y a futuros no lejanos en los que los viajes en el tiempo formen parte de nuestra rutina diaria.

En Gattaca ya tuvimos la oportunidad de conocer en su día esa bella historia fantástica contada mediante una estética de depurado estilo minimalista adaptado a una ciencia ficción de factura sobria y elegante en la que se nos muestra la vida de dos seres humanos que comparten su identidad. La piel que habita su protagonista, Vincent, también, como nuestro Vicente de Almodóvar, es suya; su esencia, sus inquietudes, su ideología, su esfuerzo, en definitiva, su alma, también son suyas; sin embargo, su identidad se la ha comprado a otro, que le vende igualmente su orina, su sangre, su color de ojos y sus huellas digitales. En Gattaca, al igual que en La piel que habito, hay una transferencia de identidades, un dejar de ser yo para pasar a ser tú. Jerome Eugene Morrow (Jude Law) le transfiere su identidad a Vincent Freeman (Ethan Hawke) y desde ese momento pasa a ser como una especie de fantasma, como un ser descarnado o inexistente que vaga en su silla de ruedas por una aséptica vivienda de estilo futurista en la que parece no existir vida. Vicente (Jan Cornet), el chico que trabajaba en una tienda de ropa regentada por su madre, se convierte también en un fantasma, en un ser inexistente, desaparecido, y ha pasado a prestar su cuerpo, transformado completamente en el de una mujer, a un nuevo ser, un ser creado por la mano del hombre, Vera (Elena Anaya), que no es otra que la viva imagen de otro fantasma, el de Gal, el objeto de amor de Robert, a quien inútilmente pretendió salvar de sí misma.

Y por último quería hacer referencia también a esas otras películas de contenido fantástico como son las de mutantes, esos seres mitad humanos mitad héroes que, como los antiguos personajes mitológicos, poseen facultades extraordinarias que los diferencian del común de los mortales y cuyas propiedades a veces son debidas a alteraciones genéticas provocadas por la mano del hombre, por científicos locos que igualmente juegan a ser dios y que, en muchos de los casos, a pesar de que puedan ser objeto de nuestras envidias al pensar ingenuamente que son súper hombres o súper mujeres con la vida resuelta gracias a sus poderes mágicos, la realidad es que se enfrentan a dificultades o a empresas mucho mayores y más peligrosas que las de los humanos corrientes. Véase por ejemplo X Men. Aunque también podemos remontarnos a ese otro tipo de mutaciones que, más que una ventaja o un súper poder, convierte al ser humano en un desgraciado híbrido como en el caso de La mosca, en la que un científico, debido a un incidente en uno de sus experimentos, tal vez a causa de algún efecto incontrolable de física cuántica cuando intentaba una autoteletransportación, sus moléculas se fusionan con las de una mosca adquiriendo su aspecto y propiedades. O el caso de una persona desprovista de emociones al ser ocupado su cuerpo por el de un extraterrestre, como sucede en La invasión de los ultracuerpos. O el de un extraño engendro de bebé humano como el de Cabeza borradora. En todos estos casos, como en La piel que habito, algún ser humano es sustituido por un cuerpo y una apariencia que no le pertenece y esto, a mi modo de ver, resulta en una pesadilla capaz de cercenar hasta el límite de lo posible el alma humana.

Almodóvar, después de jugar con sus personajes, con la mayor de las naturalidades, a las perversiones sexuales, al incesto, al cambio de sexo o incluso al asesinato, se ha metido en este terreno de experimentar a ser dios, de practicar con la ingeniería genética humana y ha salido victorioso de su experiencia.


-Final feliz

La historia de Vicente, el protagonista de La piel que habito, es terrible y desventurada, víctima de una sofisticada venganza en toda regla, consecuencia de un equívoco, de una fortuita eventualidad carente de alevosía, por la cual es condenado por obra y gracia de la justicia tomada por la propia mano del todopoderoso doctor Ledgard, quien lo convierte en una cobaya humana. Sin embargo, como reza ese refrán español que tanto me gusta: “no hay mal que por bien no venga” y el que podría ser un trágico final en la vida de una persona, en este caso de Vicente, resulta ser la solución a su problema de amor imposible, pues, no olvidemos que Vicente soñaba con conquistar a su compañera de trabajo en la boutique de su madre, Cristina, cuya negativa, ya que ella es lesbiana, fuera quizás el desencadenante del intento de violación de Norma, la hija de Robert por parte de Vicente, y sin embargo ahora, que regresa convertido en una verdadera mujer (Vera) comienza una posibilidad que el final de la película de Almodóvar deja abierta a las opciones del destino. Pero, si leemos un poco más entre líneas, nos daremos cuenta de que, precisamente, el destino ha sido quien ha jugado con la vida de todos estos personajes, enlazados de alguna manera entre sí, como Almodóvar tiene por costumbre hacer coincidir en todas sus películas, en las que para mí, sin duda, el principal protagonista es el mismísimo sino.


V. E.

domingo, 10 de marzo de 2013

Walker Texas Ranger




-El bueno, el feo y el pelirrojo, todo en uno-


¿Quién me iba a decir a mí que, de entre mis enganches, terminaría adicta a Walker Texas Ranger? Aunque, no temáis, todavía controlo y me sé racionar. Lo malo es que un día me den la dosis adulterada y no viva para contarlo.

Y es que, entre otras cosas, me vuelve loca el color del pelo y la barba de Cordell, nombre curioso donde los haya, aunque he de reconocer que nunca me enamoraría de un hombre como Walker, y eso que yo soy muy enamoradiza.

Si el otro día os hablaba de un personaje cuyo intérprete lo pone al servicio de la problemática tratada en la serie y nunca en aras del lucimiento propio (recordad a Ben Stone), hoy el caso es, para mí, todo lo contrario; la serie Walker Texas Ranger está basada, pensada y realizada en torno a ese personaje, como su título además bien corrobora, y toda la trama de cada capítulo gira alrededor de dicho personaje. Pero no solo eso sino que Chuck Norris, el “actor” que lo encarna, básicamente hace de sí mismo.

Veamos, Chuck Norris es principalmente un campeón de kárate, es un artista de las artes marciales, es un personaje en sí mismo que reproduce una y otra vez en el cine o la televisión dando vida a pseudopersonajes basados en él mismo. Los personajes que interpreta están creados exclusivamente para él, para su lucimiento. Existe una estrecha identificación entre Chuck Norris y sus personajes, en este caso, Walker, pero no porque sea un gran actor -me temo que más bien todo lo contrario- sino porque se interpreta a sí mismo, lo cual me parece que el único esfuerzo que requiere, aliviado por los trucos y las técnicas de cine, como pueden ser los efectos especiales, son sus puñetazos o sus veloces patadas mágicas giratorias al estilo manga japonés, cuyos efectos no hay quien se los crea, y menos con la edad de Norris; pero el cine es el cine, la ficción es la ficción y el súper héroe es el súper héroe.


En cuanto a la interpretación propiamente dicha, Chuck Norris deja mucho que desear. Tengo la impresión de que se ha aprendido cuatro gestos, que distribuye de manera aleatoria a lo largo de la trama de todos los episodios de la serie y que prácticamente no dicen nada, el espectador ya se encarga de hacer el esfuerzo de ponerse en su lugar y adivinar lo que Cordell Walker está sintiendo en cada preciso momento. Entre su escaso repertorio tiene un gesto muy característico, con el que me gustaría saber qué expresa, pues no sé si hace referencia a una mirada miópica, un pensamiento de intriga, una amenaza implícita, una intuición de que algo malo va a suceder o es que le sobreviene un ligero apretón después de tres días estreñido. Lo que sí está claro es que, una vez la cámara enfoca de cerca ese entrecejo de Walker, que solo él sabe poner, acompañado de una mirada perdida, como tratando de recordar el guión, a continuación nos toca presenciar una de esas espectaculares peleas con varios contrincantes a la vez, de las que, tras un pintoresco alarde de maniobras y técnicas de lucha cuerpo a cuerpo en la que destrozan todo el mobiliario o el atrezzo a su alrededor, Cordell sale siempre victorioso.



Y es que esta serie es un clásico, de esos de toda la vida en la que los buenos siempre ganan y los malos reciben su merecido. Y no me preguntéis quienes son los buenos, eso está clarísimo, los buenos son siempre los que se ponen o actúan de parte de la ley, a saber, los representantes de la ley y el orden, o las víctimas, muy fáciles de identificar; mientras que los malos no es necesario hacer mucho esfuerzo ni tener dotes detectivescas para descubrirlos, los malos son malos de verdad, no pueden ni quieren ocultarlo, alardean todo el rato de su maldad, disfrutan con ella y odian a muerte a los rangers de Texas, en especial a Walker, ¿por qué será?.

A Walker han intentado matarlo muchas veces, pero nunca nadie lo ha conseguido, lo único que consiguen es estropear las carísimas prendas de vestir a las que su inseparable compañero Trivette es aficionado. El pobre, acompañando día y noche a Walker, no gana ni para sustos ni para ropa. Y qué decir de su enamorada rubia ayudante del fiscal, la letrada Alex Cahill, vive sin vivir en ella, de sobresalto en sobresalto, con el temor continuo de enviudar antes de que el pelirrojo se decida a pedir su mano. 



Los únicos que confían en sus poderes son los “ancianos de la tribu” porque más sabe el diablo por viejo que por sabio. Ellos son su incondicional amigo y veterano ranger CD, el propietario de la familiar tasca que frecuentan, donde pueden comer sus exquisitas y picantonas especialidades, beber y charlar amigablemente mientras se ríen de las tontadas de Trivette, y el viejo indio, el tío Ray, que se encargó de su crianza a la muerte de sus padres y le transmitió la ancestral sabiduría del pueblo indio. Los 5 forman una gran e inseparable familia cuyo centro neurálgico está ocupado por la figura de Walker.


Seguramente el indio es quien hizo la foto


Si he de ser sincera, me gusta el atuendo de Walker que, a pesar de tirarse el día entero revolcándose por el suelo en una pelea tras otra, mantiene siempre impecable, con la camisa bien planchada, abotonada hasta el último botón de arriba, como debe ser, en tonos terrosos o cálidos, bien cumplimentada con su chaqueta tejana o su vistosa gabardina amarilla que luce entreabierta para poder mostrar la gran hebilla de su cinturón, su sombrero tejano, como Dios manda por esas tierras, y, sobre todo, me gusta cuando luce una de esas corbatas de cordón con hebilla metálica que tan de moda se pusieron en los 80's entre músicos y aficionados al rock como aquella maravillosa banda llamada Los Rebeldes.

Walker es feo con ganas pero tiene percha, aunque... menuda percha, no sé cómo decir, es una cosa como híbrida, entre el típico carne de gimnasio y Julián Muñoz, el Cachuli, como él, luciendo pantalón, más que vaquero, sobaquero.



Por lo demás, ya se sabe, lo normal en estos casos, fiel a su juramento de ranger de Texas, fiel a sus principios morales, fiel a sus amigos, defensor del bien y de las víctimas de los malos y todopoderoso vencedor de malvados delincuentes, ah, y enamorado de la fiscal pero como si no lo estuviera.



Pero, creedme, un poquito de esta droga no viene nada mal para sobrellevar una tarde solitaria, os juro que sube la moral de cualquiera porque una se imagina practicando esa patada giratoria y ejerciéndola contra alguien que merezca que descarguemos sobre su persona nuestro rencor y nota cómo su cerebro se va llenando de endorfinas luminosas y de mil colores que invaden nuestras células cerebrales y es una sensación maravillosa. De verdad que ver a Walker actuar con esa envidiable seguridad, con esa sensación de poder con todo, de que nada le afecte, de saber que antes de comenzar la pelea ya la ha ganado, realmente nos levanta ese ánimo hundido, maltrecho y tirado por el suelo que nos había dejado el visionado de los dos capítulos de la serie anterior, Ley y Orden, después de que Ben Stone se empeñara en encerrar en prisión a un niño de 14 años o lograra que condenasen a una mujer que cometió un crimen porque estaba desesperada y no sabía lo que hacía o hundir en el lodo de la desigualdad y el racismo a toda una comunidad negra. Walker Texas Ranger llega a la pantalla de nuestra tele con un espíritu renovado, optimista, resucitado, porque esa tensión que nos crea la trama de sus capítulos, ese derroche de adrenalina que nos produce, al final se convierte en un ineludible éxito, en una auténtica celebración. Cuando una se va a la cama por la noche, en sus sueños se convierte en una auténtica ranger de Texas.



V. E.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Ben Stone






-La imagen de la justicia-



Él es el implacable asistente en jefe del fiscal del distrito en la serie Ley y Orden original, durante sus 4 primeras temporadas, a partir del año 1990. Es quien representa al pueblo en los juicios contra los supuestos criminales.

Benjamin Stone es un personaje sencillo, coherente, defensor de la justicia, de esos que no se dejan comprar, sobornar, manipular ni nada parecido, de esos que defienden sus ideas a toda costa y dicen las cosas como las piensan, le pese a quien la pese, y no tiene inconveniente en declararse abiertamente contrario a actuaciones que considera ilícitas, ya sea que las ejecute el abogado de la parte contraria, un testigo o el juez que presida el caso pertinente.

Pero Ben Stone no es de esas personas que van por la vida imponiendo su presencia. Él no posee una imagen llamativa, él no es un hombre corpulento, él no viste con excentricidades, no hace alarde de ademanes aparentes o complicados, ni de discursos grandilocuentes ni de palabras altisonantes. Ben Stone se enfada cuando se tiene que enfadar y es compasivo cuando tiene que serlo. Se ríe poco pero sabe captar las ironías de la vida y reflejarlas en su rostro, un rostro en apariencia poco expresivo pero solo en apariencia, los que le seguimos casi a diario, capítulo tras capítulo (aunque sea repe), los que le conocemos como si asistiéramos a los juicios en los que él representa a la causa acusadora o compartiéramos con él nuestro trabajo en la oficina de la fiscalía o nos enfrentáramos a él como parte de la defensa o hiciéramos el papel de testigo, sabemos de sobra que su cara es capaz de reflejar todo el peso del drama de la vida, de lo que acontece en los tribunales de justicia, de su inmensa responsabilidad, de su total implicación, en un amplio repertorio de sutiles matices de expresión que parten de un rostro que de por sí parece poco expresivo.

Y es que el actor que lo encarna, Michael Moriarty, se mete en la piel del personaje y, sin alardes innecesarios, sin un despliegue de ademanes aprendidos o de gesticulación histriónica, sin poner en escena ningún tipo de parafernalia de esas típicas de los abogados, interpreta a un hombre cuyo trabajo y cometido es el de hacer que se cumpla la ley, que se ejecute la justicia, que los culpables vayan a la cárcel, que aquellos en cuyos actos criminales obre algún tipo de atenuante les sea reconocida, y que se aplique la ley para todos igual y que ante todo prevalezca la justicia. Porque Michael Moriarty es un actor como la copa de un pino (y por cierto, gran músico de jazz) y no necesita cargar las tintas del énfasis, no necesita reafirmarse ni hacerse notar, él es consciente de que, una vez dentro de la piel de Ben Stone, él es Ben Stone y, actuando como tal, poniéndose en su lugar, haciendo lo que el personaje haría y sintiendo lo que el personaje sentiría, no necesita más para encarnarlo y hacerlo convincente, para hacer que día tras día nos creamos al fiscal que lucha por hacer salir a flote la verdad de unos hechos y de unas motivaciones que llevaron a los acusados, a los supuestos culpables, a actuar como lo hicieron en un momento determinado de arrebato, enajenación, ira extrema, premeditación, venganza o cualquiera que hubiera sido el sentimiento o la causa que los llevó a cometer su acción criminal en el caso de ser responsables del acto cometido.

Michael Moriarty, para mí, es el contrapunto de Vincent D'Onofrio, el histriónico actor que encarna al detective de policía Robert Goren en el spin off de la misma serie titulado Criminal Intent (Acción Criminal, en España) del que ya hablé en su día en el post “Tus ademanes me suenan”. Ambos son grandes actores pero de muy diferente estilo, de muy diferente manera de hacer, de muy diferente personalidad escénica. Si Moriarty es la simplicidad, la naturalidad, D'Onofrio es justamente lo contrario, como decía el otro día en mi post, es tan sobreactuado que hace el papel de un policía que, prácticamente, parodia al policía. Si Moriarty es comedido, D'Onofrio es exagerado. Si Moriarty, en una economía de medios expresivos es capaz de reproducir un amplio abanico de sutiles matices de expresión, D'Onofrio no tiene inconveniente alguno en alardear de un variopinto y extenso número de ademanes o gestos bien patentes y llamativos. La expresión corporal de D'Onofrio raya en las técnicas del mimo, es un alarde de completa notoriedad, mientras que la de Moriarty es tan sobria, tan contenida y natural, que resulta inapreciable. El rostro de Goren parece jugar al juego de las mil caras, en un intento como de querer arrancar la confesión del criminal o la información del testigo a fuerza de confundirles, intimidarlos o avasallarlos. El rostro de Stone solo refleja la imparcialidad, la implacabilidad y el peso específico de la justicia.

Ahora bien, si analizamos un poco más a fondo al fiscal Benjamin Stone, podemos llegar a la conclusión de que es un personaje complejo, en esencia paradójico, de esos a los que a veces adoramos pero que, en ocasiones, hacen que los odiemos y nos resulten repulsivos, y es que el ejercicio de la justicia, la aplicación de la ley, la mayoría de las veces se presta a crear pequeños o grandes dilemas, conflictos internos, tensiones inevitables bajo cuyos efectos resulta tarea más que difícil llegar a definirse, llegar a tomar partido y nos reta a ponernos bajo la piel de un miembro de un jurado y sentirnos hechos un mar de dudas, un campo de batalla viviente en el que se libra el eterno conflicto entre declarar culpable o inocente.

Y es que Stone en ocasiones parece ser invadido por ese sentimiento de conmiseración, de compasión que, en mayor o menor grado tenemos todos, mientras que, en otras podemos masticar el halo de su implacable sentido de la justicia al punto que llega a parecernos desde cruel hasta faccioso o, como poco, prejuicioso. Si unas veces consideramos a este fiscal como el auténtico representante imparcial de la justicia, otras no podemos evitar verlo como la tendenciosa imagen de un hombre que alberga ideas o sentimientos discriminatorios o partidistas.


En definitiva creo que Ben Stone es un personaje muy completo, que tiene un gran peso específico en esta serie en su versión original, en la parte en la que se administra la justicia, después de que el equipo de la policía liderado por el detective Mike Logan haya cumplido con su cometido. Stone no aburre, a pesar, como decía, de ser un personaje comedido, sencillo y sobrio, porque está bien elaborado, desde la profundidad, desde la toma de conciencia, desde la complejidad de cualquier persona de la vida real y muy bien defendido por el actor Moriarty. Stone no es el típico protagonista, medio héroe, medio tarado, que reúne una serie de características estereotipadas de las que hacer despliegue en cada capítulo como si lo importante fuera el lucimiento del personaje mientras que la trama o argumentación solo sirviera de pretexto para su intervención, no, muy al contrario, Ben Stone es un personaje al servicio de la problemática o el conflicto que la serie, con mucha sabiduría y sobriedad, nos presenta a lo largo de sus temporadas en unos episodios basados en tramas policiales y judiciales que, si bien son ficticias, son asimismo fiel reflejo de una realidad que corresponde a una ciudadanía y a un ambiente que se vive (o vivía en esos años) en las calles de Nueva York.


V. E.


domingo, 3 de marzo de 2013

Su futuro es mi pasado


(Contiene spoilers para aquellos que no hayan visto las temporadas correspondientes al Undécimo Doctor)



Su futuro es mi pasado”


Son palabras de River Song dirigidas a Rory acerca del Doctor.

Pero es que, esta serie de ciencia ficción, fantástica y, si me apuras, infantil, es una auténtica tragedia al más puro estilo griego, o romano, porque el pobre Rory se pasa dosmil años de su larga vida en espera vestido de centurión romano.


Y es que, a veces, cuando intento centrarme y racionalizar sobre lo que pasa, uno tras otro, en los capítulos de Doctor Who, llega un momento en que mi cabeza se bloquea, se queda pillada y no es capaz de continuar aclarándose con la diversidad de datos que nos aporta la serie y que, para poder comprenderlos hace falta tener una mente abierta, una imaginación desbordante y unas ganas de fantasear mucho más allá de los límites conocidos por nuestra física y, todo eso y mucho más es necesario para poder seguir sin pestañear capítulo tras capítulos todas las seasons de Doctor Who. Es por eso que, cuando la mente ya no es capaz de elaborar un pensamiento racional, la imaginación pasa a ocupar su lugar y se encarga de llevarnos volando por inimaginables mundos de fantasía que nos hagan vivir ese tipo de emociones que nos son negadas en nuestra aburrida vida diaria.

Pero, como decía, lo que realmente deduzco de esta singular serie, por muchas aventuras fantásticas que nuestros queridos protagonistas puedan vivir, es que la vida de sus personajes está sumida en una verdadera tragedia y si lo pienso hasta me entran ganas de llorar.


-En primer lugar, en la vida tal y como nos la presenta Doctor Who, la humanidad entera está amenazada por unos seres malvados que nos hacen olvidarlo todo y que, una vez hayamos visto a alguno de ellos, al momento siguiente ya no lo recordamos. Supuestamente la humanidad está dominada por ellos desde el principio de la especie, lo que ocurre es que no nos acordamos hasta que, por suerte, ha llegado The Doctor a nuestro territorio y, mediante su privilegiada inteligencia alienígena, ha ideado la manera de que los humanos nos hagamos conscientes de que estamos dominados por horripilantes seres de los que nos olvidamos al momento siguiente de haberlos visto. Y es que creo que ese es un defecto muy humano, el olvidarnos de los peligros que nos acechan por mucho que ya tengamos experiencia de ello, pero no escarmentamos.



El Doctor consigue, mediante sus excéntricas triquiñuelas, colarse en el Apolo XI antes de su salida e introducir en la nave imágenes de estos abyectos seres, los silents, que podrán ser vistos por millones de personas en todo el mundo cuando las televisiones retransmitan la llegada a la Luna del hombre por vez primera allá por el año 1969. Una de las ventajas de viajar en el tiempo...


En definitiva, la humanidad que pinta esta magnífica serie, toda ella sufre ese mal que venía padeciendo el guapo protagonista de Memento ¿os acordáis de él?


-Otra circunstancia, trágica a mi modo de ver, es la de que una madre pierda a su criatura nada más nacer, que se la arrebaten y no vuelva a saber de ella hasta que un buen día se entere de que aquella bebita que le robaron los malos, aquella niña que parió con el sudor de su frente, era ni más ni menos que la mismísima compañera de algunos de los viajes en la Tardis, aquella mujer impertinente, burlona, descarada, osada y asesina amante del Doctor, sí, la que por un lado lo mata y por otro lo salva por amor, la que consigue casarse con él y convertir a sus progenitores, la joven pareja formada por los Pond, Amy y Rory, en suegros del Doctor, la paradójica sabelotodo River Song, también conocida, por el arte y la magia de Doctor Who, como Melody Pond.



Y no creáis que estas cosas suceden solo en la fantasía o ¿acaso no existen hijos que por su mentalidad envejecida traten a sus progenitores como si fueran su prole o padres cuya mentalidad inmadura no haga que traten a sus retoños como los ancianos de la tribu?



-Y no menos trágica me parece la idea de que los miembros de una pareja vivan unas vidas cruzadas, de manera que, como decía aquella canción de Chenoa:


Cuando tu vas, yo vengo de allí
cuando yo voy, tu todavía estás aquí
crees que me puedes confundir
y de qué vas, mirándome atrás
¡Ay qué descaro!, ahora me gustas más
Y es que no me fío porque sé que tu me engañarás 

 

Esa es prácticamente la historia de las vidas del Doctor y de River Song. Una tragedia, por supuesto, si tenemos en cuenta que cuando él la conoce a ella es pocos minutos antes de la muerte de River, pero aún no ha vivido esa romántica historia de amor y muerte que ella sí ha vivido con el Doctor, y en la que ha llegado a ser su amante, su esposa y su asesina.





¿Qué decir de esos desencuentros que existen en toda pareja, de esos desfases espacio-temporales, de esos desacuerdos y sensaciones de que cuando tú vas el otro vuelve y viceversa, de que cuando yo te quiero tú me odias y cuando yo te odio tú me quieres?


Todo este enredo está magníficamente contado entre el final de la última temporada del Décimo Doctor y las correspondientes a las aventuras y desventuras del Undécimo, componiendo la base de una trama fantástica que nos hace soñar a los adictos a Doctor Who con mundos paralelos, viajes en el tiempo, grietas espacio-temporales y aventuras irreales que nos saquen de la tediosa rutina diaria de un país que cae en picado.







Igual que el tan esperado Séptimo de caballería, con sus uniformes azules, al final siempre llegaba a tiempo en las pelis de Rin tin tín y lograba salvar a los buenos y dar su merecido a los malos, quién sabe si un día de estos no aparecerá en medio de la nada una cabina de teléfono azul de la que saldrá un extraño ser que viene a salvarnos, porque intuyo que, por muy trágica que sea la vida de los personajes de Doctor Who, no hay tragedia mayor que la nuestra.



V. E.