Pieles embarazosas
Mi propuesta de hoy no es de serie
aunque bien podría estar incluida en el ciclo,
que es como una serie pero a lo grande, y, en este caso, me estoy
refiriendo a los ciclos de autor,
esa serie de películas, inconexas en sí mismas (no obedecen a la
misma temática ni están protagonizadas por los mismos personajes),
pero que participan todas ellas del sello, de la impronta de su
creador y en todas ellas podemos observar ideas repetitivas, manías,
obsesiones, trasfondos comunes, que son parte de las vivencias, o
más, del alma de su creador. Pero al final este post no va a ir ni
de series ni de ciclos en concreto, aunque ya me las veré como pueda
pero tengo ganas de hablar un día de estos sobre los temas y
obsesiones de Pedro Almodóvar. Mi comentario de hoy, que no sabía
si incluir en Inmersos en
la vida diaria o
en este blog, al final ha venido a parar aquí, a Adictos
en Serie,
porque tiene un poco de serie, otro poco de ciclo, otro poco de cine
y un mucho de adicción.
-La
piel que habito. Peripecias en relación a su visionado
Por fin he logrado hacer un visionado
íntegro de La piel que habito.
Esta peli hacía tiempo que me interesaba ver, desde su estreno, para
ser exactos, interés que se acrecentó a partir de la gala de los
premios Goya de 2012. Pero a veces las cosas se complican tontamente
y, por h o por b, el caso es que había llegado a estas fechas sin
haber podido hacerme con una copia en buen estado de esta peli, ya
que se pasó el momento de ir a verla a un cine comercial. A pesar de
ese interés mío y de haberla buscado por el espacio cibernético
sin éxito, había visto imágenes sueltas que me llamaron la
atención, esperaba de ella que fuera un thriller más o menos
sorprendente, intuía que se compondría de elementos suficientes
para conseguir captar mi atención, pero, sin embargo, no tenía ni
idea sobre el guión o la trama, no había leído nada acerca del
argumento y me había hecho una idea falsa, que no se correspondía
con la realidad del film, lo cual jugó a favor de que lograra captar
mi atención y aumentara mi interés a lo largo de todo el visionado.
Anoche
la pusieron en la 1 de TVE. Casi me la vuelvo a perder por culpa de
esta manía del zapping que me hace ver las cosas y luego no
acordarme dónde. Como, al parecer, han estado pasando un ciclo de
Almodóvar en la Sexta 3, ciclo del que me enteré tarde y solo pude
pillar algunas de las películas que incluía de dicho autor, creí
que La piel que habito
correspondía a ese ciclo y, menos mal que por esas casualidades de
la vida me di cuenta a tiempo de que se trataba de un estreno en el
canal nacional, donde hay que estar al pie del cañón a su debido
tiempo con el pipí hecho y la cena preparada, a sabiendas de que,
una vez haya empezado la peli, ya tienes que estar quieta sentada en
el sofá sin pestañear siquiera. A mí que no me digan, pero esa
comodidad que otorgan los 6 o 7 minutos destinados a la publicidad
aunque sea interrumpiendo la película en el momento más inoportuno,
vienen de perlas y dan para mucho, hasta para fregar los platos, que
una no se da ni cuenta ¡y el gusto que da encontrárselos después
limpios y escurridos!
Pero
bueno, que me voy por las ramas... Lo que quería contaros es que
anoche, a pesar de que ya me había enterado de que “la piel” la
pasaban en la 1 y no en la Sexta 3, se me hacía interminable la
espera venga a dar noticias, información sobre el tiempo y sobre
números premiados en sorteos en los que no participo, con lo cual,
no me interesaban para nada, así que opté por lo de siempre, el
socorrido zapping, sin tener en cuenta que en TVE te ponen el
principio de una peli sin avisar siquiera, vamos, que no te da tiempo
ni a reaccionar, y ya os digo, como te pille sin haber echado la
meada, luego se pasa mal.
Y
así, haciendo zapping fue como caí en una de mis series preferidas
del momento y quedé atrapada. Es de esas series documentales para
las que no hace falta centrarte ni seguir un orden establecido, que
son repetitivas de por sí y a mí me da que están hechas a base de
refritos de casos que integran aleatoriamente en cada capítulo
aunque formen parte de otros, pues pueden ser incluidos en diferentes
temáticas siempre dentro de la medicina y los problemas de salud o
corporales. Os estoy hablando, como seguramente ya habréis
adivinado, de Cuerpos embarazosos.
Pues
bien, la temática de ayer iba de cirugía reparadora y se me fue el
santo al cielo contemplando una operación de pezón que parecía
bastante sencilla, hasta creo que la podía haber realizado yo misma,
aunque, no estoy muy segura, la verdad es que se trataba de un pezón
bastante rebelde y tímido, empeñado en volverse hacia dentro. El
programa lo pillé en un caso de reconstrucción de labios vaginales
que, al parecer, quedaron muy bien después de que su dueña había
tenido problemas con ellos, y después me dio tiempo a ver el
resultado de un caso extremo que ya conocía previamente de otro
capítulo y en el que una gran extensión de piel de la cabeza estaba
constituida por quistes que hacían la vida imposible al chico que
los padecía. No sé por qué, anteriormente, no había llegado a ver
la resolución a este caso y ahora se me presentaba la ocasión de
ver cual fue el desenlace. A pesar de que era imposible extirpar toda
esa piel quística de la nuca, cuello y rostro del paciente y
conllevaba una cirugía peligrosa en extremo, ya que comprometía
multitud de terminaciones nerviosas y vasos sanguíneos, el resultado
fue asombroso.
Entusiasmada
estaba yo viendo estas maravillas de la cirugía cuando de repente me
acuerdo de La piel
que habito
y casi sale el mando disparado, pero no, logré retenerlo en mis
manos y teclear el 1, y zas, por lo que os venía diciendo, ya estaba
empezada. Pero fue cuestión de segundos...
-Mi
atracción por la cirugía
Creo
que yo equivoqué mi carrera..., tal vez en mi próxima existencia me
haga cirujana.
En
fin, no sé deciros con quién disfruto más, si con la doctora Pixie
o con el doctor Ledgard (Antonio Banderas), sin olvidarnos de Dawn
Harper o de Christian Jessen, aunque hay que reconocer que el estilo
de Pixie, Harper o Jessen es muy diferente al de Ledgard; todos ellos
son persuasivos, no lo niego, pero, mientras los tres de Cuerpos
embarazosos realizan
un convincente reclamo digno de unas estudiadas técnicas de
marketing,
actuando ellos mismos desde la empatía y el acercamiento sin trabas
ni repulsa de ningún tipo a cualquiera de los pacientes que acuden a
su consulta por muy repugnante o desagradable que sea el problema
corporal que pueda presentar, el de La
piel que habito no
se anda con chiquitas y no se corta un pelo a la hora de realizar
cambios a su antojo en el cuerpo que se presente, utilizando métodos
tan persuasivos como la violencia gratuita, el secuestro y el dominio
por la fuerza.
Yo
creo que el doctor Ledgard es la reencarnación viviente del siglo
XXI de alguno de aquellos famosos médicos nazis del Tercer Reich.
Claro,
yo comprendo que Ledgard, cuando ocurrían los hechos narrados en La
piel que habito,
todavía no había tenido ocasión de experimentar con más
pringaíllos y
por tanto no se había convertido aún en un psicopatocirujano
en serie, pero, en ciertos momentos del film, me preguntaba yo que
hacían los del equipo de Quantico que no se habían puesto a buscar
como locos al pobre Vicente. Y es que, como digo, Ledgard no se anda
con chiquitas, es de ideas fijas y las pone en práctica sin pararse
a examinar ni su conciencia ni la más mínima lista de código ético
alguno. Él, como si de Dios se tratara y fiel a esa máxima que reza
“querer es poder”, hace o deshace a voluntad pasando por encima
de cualquier norma deontológica, sin asegurarse previamente de si
existe alguna enmienda de ley que le cubra sus espaldas.
Ha
habido casos precedentes en la historia el cine, aunque sin la
categoría y los eminentes conocimientos del doctor Ledgard, pero no
han pasado de meros sustos, aunque al final la cosa se escape de las
manos y termine mal, pero es cierto que a los violadores hay que
tratarlos con mano dura. Realmente me pregunto qué es peor, si
dormirte un día en una camilla de quirófano siendo hombre y
despertarte siendo mujer sin comerlo ni beberlo, es decir, sin
voluntad expresa sobre el asunto, o que, sin dormirte, a lo bestia,
anestesiado solamente al estilo del fard
west,
te aten a una camilla y te hagan creer que te han quitado tus
pelotas, y encima que no sea obra de un cirujano experimentado sino
de una mocosa adolescente guiada por un manual de veterinaria (Hard
Candy).
Lo
cierto es que no comprendo cómo hay tanto adicto a la cirugía
plástica, a meterse prótesis aumentativas, a recortarse de donde
sobra, a remodelarse tal o cual zona corporal o incluso al cambio de
sexo. Yo odio hasta que me metan la tijera en la peluquería y qué
decir de que me hagan algo para lo que requiera anestesia total o
hipnosis. No me gusta nada que me manipulen mi organismo sin ser
consciente de ello por mucho que pueda esperar un resultado
magnífico.
Pero,
para qué decir, cuando intento ponerme dentro de la piel de Vicente,
el chico que habita el nuevo envoltorio creado por Ledgard, y no, si
el caso es que me gusta, ¿cómo no me va a gustar?, tiene mucho
mejor aspecto que el mío. Pero me pongo en el caso de que conviertan
mi apariencia en la de Schwarzenegger o me coloquen un miembro del
estilo del de Colin Farrell -no es que se lo haya visto nunca, creo,
es que me habló de su tamaño un amigo gay- y no me gusta nada la
idea de que alguien pueda cambiar mi físico a su antojo.
-De
los inconformismos a los cambios de sexo
Y
es que esta enrevesada temática es como un arma de doble filo...
Recuerdo cuando, siendo yo adolescente, se puso de moda el pelo liso
y todas hacíamos lo posible y lo imposible por conseguir un pelo lo
más planchado que pudiéramos imaginar, y mierda cuando salía el
día húmedo, te echaba por tierra todo el trabajo del día anterior.
Más adelante la moda cambió por la del pelo a lo afro, y allí
estábamos todas haciendo cola en la peluquería para salir con un
cabezón voluminoso en extremo y todo nuestro pelo frito. En
definitiva, la que tenía el pelo lacio necesitaba algo de volumen y
unas ondas que le dieran gracia a su peinado, y la que lo tenía
rizado, era urgente que consiguiera una melena lisa, suave,
brillante y desenredada. La que tenía las tetas grandes, trataba por
todos los medios de esconderlas o disimularlas, mientras que las que
se consideraban de “Castellón de la Plana”, hacían lo
inimaginable por aparentar a toda costa dar la impresión de estar
dotadas de unos buenos apéndices mamarios. Nadie se sentía conforme
con su físico, siempre queríamos lo que no teníamos y nos sobraba
lo que sí teníamos.
Ahora
los tiempos son diferentes y uno o una ya puede transformar su cuerpo
a su capricho o necesidad, aunque, eso sí, pagando lo que cuesta.
Existen todo tipo de operaciones quirúrgicas para que uno deje de
ser como es y se transforme en la persona que siempre quiso ser. En
el caso de los transexuales, para conseguir ser el hombre o la mujer
con los que uno o una se identificó y que solo veía en sus sueños,
ya que la triste realidad era muy distinta, pues su cuerpo no
concordaba con la persona que sentía ser.
Éste
es uno de los temas recurrentes en Almodóvar, el de la
transexualidad, y en sus películas siempre deja entrever alguna
tragedia subyacente, la tragedia propia de quien no se siente a gusto
dentro de la piel que habita o el cuerpo que no se corresponde con la
psique de quien vive dentro de él. Y es que la transexualidad en sí
es un drama, que puede ser abordado desde diferentes puntos de vista
y cuyo enfrentamiento puede llegar a buen término si se sabe manejar
y si se agarra con optimismo. En el ciclo reciente del que hablaba
antes, el de las pelis de Almodóvar emitidas por la Sexta 3, más
bien un miniciclo, he tenido ocasión de volver a ver La ley del deseo,
una de mis preferidas y en la que, para mi gusto, Banderas estaba que
se salía, sin menospreciar su interpretación de Robert Ledgard.
Pero la que más se salía era la Maura, que, aunque también se
salía en Volver,
la cual también volví a ver (parece un trabalenguas) como el
actrizón que es, la pobre lucía un físico que no se merece. Pero,
a pesar de que reconozco que Carmen Maura no puede decirse que sea
una belleza, era asombroso ver lo guapa que estaba y transmitía
sentirse haciendo de Tina, la hermana transexual de Pablo Quintero
(Eusebio Poncela). Creo que nunca vi una Carmen Maura más
espectacularmente bella.
No
sé..., tal vez esto del cambio de sexo sea una experiencia positiva
a la hora de subir nuestra autoestima o proporcionarnos un poco del
ánimo perdido. Es como un cambio de look o una sesión de shopping a
lo bestia pero a mayor escala. Quizás el cambio definitivo que nos
haga decir “aquí estoy yo y soy como me da la gana”.
-Almodovarianismo,
de la tragedia a la ciencia ficción
Me
pregunto dentro de qué género está considerada La
piel que habito pues leo por
ahí, entre los comentarios y las críticas, que la encasillan dentro
del drama, el thriller, el drama psicológico o el thriller
psicológico, y es normal, yo también la clasificaría de esa
manera, así la considero, pero llama mi atención no verla incluida
en ese gran género que es la Ciencia Ficción y que para mí es, por
así decirlo, la base física en la que se asientan los argumentos
cinematográficos de este film, toda vez que, en cuanto a la
concepción moral o espiritual, es un drama clarísimo, una tragedia
en sí misma, al más puro estilo de la Grecia clásica, muy al gusto
del thriller actual o del cine negro, si se quiere, combinado con un
almodovarianismo depurado, tendente a un minimalismo centrado en el
siglo XXI. Si bien es cierto que he leído en algún sitio que se
habla de La piel que habito
como de una introducción a la CiFi y que, de hecho, el mismo
Almodóvar se está planteando acometer una incursión en toda regla
dentro del cine de Ciencia Ficción.
Para
mí ya lo ha hecho con La piel que habito,
que parte de ese tema clásico
que hace referencia al alcance de la vida eterna, a la conservación,
para siempre, de la vida terrena, a la inmortalidad del cuerpo, tema
inmortalizado (valga la redundancia) en el mito de Frankenstein.
A
lo largo de la historia de la literatura y las creaciones de ficción,
cuando el hombre ha jugado a ser dios y ha pretendido manipular la
vida humana a su antojo, solo ha sabido crear monstruos. Hagamos un
recorrido por algunas obras que lo corroboran como son La
isla del Doctor Moreau,
novela original de H. G. Welles, llevada al cine en varias ocasiones,
o la tremenda y terrorífica El ciempiés humano.
Si se dio o se está dando, tanto en la ficción como en la vida
real, este tipo de experimentos genéticos que científicos sin
escrúpulos como Robert Ledgard, Víctor Frankenstein o Josef
Mengele, entre otros, fueron o son capaces de realizar con seres
humanos, hubo y está habiendo organismos y asociaciones del tipo de
las ONGs que mantienen una lucha activa por controlar que no se
lleven a cabo sobre animales, lucha que se mantiene viva desde el
siglo XIX, en que grupos activistas se pronunciaron en contra de la
vivisección. La estupenda película 12 monos, en cuyo
argumento tiene lugar un divertido equívoco sobre el que se asienta
toda la trama del film, hace referencia a uno de estos grupos
defensores de los animales, a científicos locos que pretenden
desviar el rumbo de la humanidad entera y a futuros no lejanos en los
que los viajes en el tiempo formen parte de nuestra rutina diaria.
En Gattaca ya tuvimos la oportunidad de conocer
en su día esa bella historia fantástica contada mediante una
estética de depurado estilo minimalista adaptado a una ciencia
ficción de factura sobria y elegante en la que se nos muestra la
vida de dos seres humanos que comparten su identidad. La piel que
habita su protagonista, Vincent, también, como nuestro Vicente de
Almodóvar, es suya; su esencia, sus inquietudes, su ideología, su
esfuerzo, en definitiva, su alma, también son suyas; sin embargo, su
identidad se la ha comprado a otro, que le vende igualmente su orina,
su sangre, su color de ojos y sus huellas digitales. En Gattaca,
al igual que en La piel que habito, hay una
transferencia de identidades, un dejar de ser yo para pasar a ser tú.
Jerome Eugene Morrow (Jude Law) le transfiere su identidad a Vincent
Freeman (Ethan Hawke) y desde ese momento pasa a ser como una especie
de fantasma, como un ser descarnado o inexistente que vaga en su
silla de ruedas por una aséptica vivienda de estilo futurista en la
que parece no existir vida. Vicente (Jan Cornet), el chico que
trabajaba en una tienda de ropa regentada por su madre, se convierte
también en un fantasma, en un ser inexistente, desaparecido, y ha
pasado a prestar su cuerpo, transformado completamente en el de una
mujer, a un nuevo ser, un ser creado por la mano del hombre, Vera
(Elena Anaya), que no es otra que la viva imagen de otro fantasma, el
de Gal, el objeto de amor de Robert, a quien inútilmente pretendió
salvar de sí misma.
Y por último quería hacer referencia también a esas otras
películas de contenido fantástico como son las de mutantes, esos
seres mitad humanos mitad héroes que, como los antiguos personajes
mitológicos, poseen facultades extraordinarias que los diferencian
del común de los mortales y cuyas propiedades a veces son debidas a
alteraciones genéticas provocadas por la mano del hombre, por
científicos locos que igualmente juegan a ser dios y que, en muchos
de los casos, a pesar de que puedan ser objeto de nuestras envidias
al pensar ingenuamente que son súper hombres o súper mujeres con la
vida resuelta gracias a sus poderes mágicos, la realidad es que se
enfrentan a dificultades o a empresas mucho mayores y más peligrosas
que las de los humanos corrientes. Véase por ejemplo X Men.
Aunque también podemos remontarnos a ese otro tipo de mutaciones
que, más que una ventaja o un súper poder, convierte al ser humano
en un desgraciado híbrido como en el caso de La mosca,
en la que un científico, debido a un incidente en uno de sus
experimentos, tal vez a causa de algún efecto incontrolable de
física cuántica cuando intentaba una autoteletransportación, sus
moléculas se fusionan con las de una mosca adquiriendo su aspecto y
propiedades. O el caso de una persona desprovista de emociones al ser
ocupado su cuerpo por el de un extraterrestre, como sucede en La
invasión de los ultracuerpos. O el de un extraño engendro
de bebé humano como el de Cabeza borradora. En todos
estos casos, como en La piel que habito, algún
ser humano es sustituido por un cuerpo y una apariencia que no le
pertenece y esto, a mi modo de ver, resulta en una pesadilla capaz de
cercenar hasta el límite de lo posible el alma humana.
Almodóvar, después de jugar con sus personajes, con la mayor de las
naturalidades, a las perversiones sexuales, al incesto, al cambio de
sexo o incluso al asesinato, se ha metido en este terreno de
experimentar a ser dios, de practicar con la ingeniería genética
humana y ha salido victorioso de su experiencia.
-Final feliz
La
historia de Vicente, el protagonista de La piel que
habito, es terrible y
desventurada, víctima de una sofisticada venganza en toda regla,
consecuencia de un equívoco, de una fortuita eventualidad carente de
alevosía, por la cual es condenado por obra y gracia de la justicia
tomada por la propia mano del todopoderoso doctor Ledgard, quien lo
convierte en una cobaya humana. Sin embargo, como reza ese refrán
español que tanto me gusta: “no hay mal que por bien no venga” y
el que podría ser un trágico final en la vida de una persona, en
este caso de Vicente, resulta ser la solución a su problema de amor
imposible, pues, no
olvidemos que Vicente soñaba con conquistar a su compañera de
trabajo en la boutique de su madre, Cristina, cuya negativa, ya que
ella es lesbiana, fuera quizás el desencadenante del intento de
violación de Norma, la hija de Robert por parte de Vicente, y sin
embargo ahora, que regresa convertido en una verdadera mujer (Vera)
comienza una posibilidad que el final de la película de Almodóvar
deja abierta a las opciones del destino. Pero, si leemos un poco más
entre líneas, nos daremos cuenta de que, precisamente, el destino ha
sido quien ha jugado con la vida de todos estos personajes, enlazados
de alguna manera entre sí, como Almodóvar tiene por costumbre hacer
coincidir en todas sus películas, en las que para mí, sin duda, el
principal protagonista es el mismísimo sino.
V.
E.
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