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Este blog es de carácter lúdico, solo pretende servir de entretenimiento, de expansión, de asueto. Está creado para compartir opiniones, sugerencias, juegos y elucubraciones con aquellas personas cuya afición a las series televisivas conforma en sus vidas un mundo aparte de evasión y fantasía sin necesidad de acudir a cierto tipo de drogas que podrían ser perjudiciales para la salud. Pero, ¡ojo!, ¿quién ha dicho que esta adicción no lo sea...?

El Doctor y Amelia en un bucle

El Doctor y Amelia en un bucle
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lunes, 11 de marzo de 2013

Pieles embarazosas



Pieles embarazosas




Mi propuesta de hoy no es de serie aunque bien podría estar incluida en el ciclo, que es como una serie pero a lo grande, y, en este caso, me estoy refiriendo a los ciclos de autor, esa serie de películas, inconexas en sí mismas (no obedecen a la misma temática ni están protagonizadas por los mismos personajes), pero que participan todas ellas del sello, de la impronta de su creador y en todas ellas podemos observar ideas repetitivas, manías, obsesiones, trasfondos comunes, que son parte de las vivencias, o más, del alma de su creador. Pero al final este post no va a ir ni de series ni de ciclos en concreto, aunque ya me las veré como pueda pero tengo ganas de hablar un día de estos sobre los temas y obsesiones de Pedro Almodóvar. Mi comentario de hoy, que no sabía si incluir en Inmersos en la vida diaria o en este blog, al final ha venido a parar aquí, a Adictos en Serie, porque tiene un poco de serie, otro poco de ciclo, otro poco de cine y un mucho de adicción.


-La piel que habito. Peripecias en relación a su visionado

Por fin he logrado hacer un visionado íntegro de La piel que habito. Esta peli hacía tiempo que me interesaba ver, desde su estreno, para ser exactos, interés que se acrecentó a partir de la gala de los premios Goya de 2012. Pero a veces las cosas se complican tontamente y, por h o por b, el caso es que había llegado a estas fechas sin haber podido hacerme con una copia en buen estado de esta peli, ya que se pasó el momento de ir a verla a un cine comercial. A pesar de ese interés mío y de haberla buscado por el espacio cibernético sin éxito, había visto imágenes sueltas que me llamaron la atención, esperaba de ella que fuera un thriller más o menos sorprendente, intuía que se compondría de elementos suficientes para conseguir captar mi atención, pero, sin embargo, no tenía ni idea sobre el guión o la trama, no había leído nada acerca del argumento y me había hecho una idea falsa, que no se correspondía con la realidad del film, lo cual jugó a favor de que lograra captar mi atención y aumentara mi interés a lo largo de todo el visionado.

Anoche la pusieron en la 1 de TVE. Casi me la vuelvo a perder por culpa de esta manía del zapping que me hace ver las cosas y luego no acordarme dónde. Como, al parecer, han estado pasando un ciclo de Almodóvar en la Sexta 3, ciclo del que me enteré tarde y solo pude pillar algunas de las películas que incluía de dicho autor, creí que La piel que habito correspondía a ese ciclo y, menos mal que por esas casualidades de la vida me di cuenta a tiempo de que se trataba de un estreno en el canal nacional, donde hay que estar al pie del cañón a su debido tiempo con el pipí hecho y la cena preparada, a sabiendas de que, una vez haya empezado la peli, ya tienes que estar quieta sentada en el sofá sin pestañear siquiera. A mí que no me digan, pero esa comodidad que otorgan los 6 o 7 minutos destinados a la publicidad aunque sea interrumpiendo la película en el momento más inoportuno, vienen de perlas y dan para mucho, hasta para fregar los platos, que una no se da ni cuenta ¡y el gusto que da encontrárselos después limpios y escurridos!

Pero bueno, que me voy por las ramas... Lo que quería contaros es que anoche, a pesar de que ya me había enterado de que “la piel” la pasaban en la 1 y no en la Sexta 3, se me hacía interminable la espera venga a dar noticias, información sobre el tiempo y sobre números premiados en sorteos en los que no participo, con lo cual, no me interesaban para nada, así que opté por lo de siempre, el socorrido zapping, sin tener en cuenta que en TVE te ponen el principio de una peli sin avisar siquiera, vamos, que no te da tiempo ni a reaccionar, y ya os digo, como te pille sin haber echado la meada, luego se pasa mal.

Y así, haciendo zapping fue como caí en una de mis series preferidas del momento y quedé atrapada. Es de esas series documentales para las que no hace falta centrarte ni seguir un orden establecido, que son repetitivas de por sí y a mí me da que están hechas a base de refritos de casos que integran aleatoriamente en cada capítulo aunque formen parte de otros, pues pueden ser incluidos en diferentes temáticas siempre dentro de la medicina y los problemas de salud o corporales. Os estoy hablando, como seguramente ya habréis adivinado, de Cuerpos embarazosos.

Pues bien, la temática de ayer iba de cirugía reparadora y se me fue el santo al cielo contemplando una operación de pezón que parecía bastante sencilla, hasta creo que la podía haber realizado yo misma, aunque, no estoy muy segura, la verdad es que se trataba de un pezón bastante rebelde y tímido, empeñado en volverse hacia dentro. El programa lo pillé en un caso de reconstrucción de labios vaginales que, al parecer, quedaron muy bien después de que su dueña había tenido problemas con ellos, y después me dio tiempo a ver el resultado de un caso extremo que ya conocía previamente de otro capítulo y en el que una gran extensión de piel de la cabeza estaba constituida por quistes que hacían la vida imposible al chico que los padecía. No sé por qué, anteriormente, no había llegado a ver la resolución a este caso y ahora se me presentaba la ocasión de ver cual fue el desenlace. A pesar de que era imposible extirpar toda esa piel quística de la nuca, cuello y rostro del paciente y conllevaba una cirugía peligrosa en extremo, ya que comprometía multitud de terminaciones nerviosas y vasos sanguíneos, el resultado fue asombroso.

Entusiasmada estaba yo viendo estas maravillas de la cirugía cuando de repente me acuerdo de La piel que habito y casi sale el mando disparado, pero no, logré retenerlo en mis manos y teclear el 1, y zas, por lo que os venía diciendo, ya estaba empezada. Pero fue cuestión de segundos...


-Mi atracción por la cirugía

Creo que yo equivoqué mi carrera..., tal vez en mi próxima existencia me haga cirujana.
En fin, no sé deciros con quién disfruto más, si con la doctora Pixie o con el doctor Ledgard (Antonio Banderas), sin olvidarnos de Dawn Harper o de Christian Jessen, aunque hay que reconocer que el estilo de Pixie, Harper o Jessen es muy diferente al de Ledgard; todos ellos son persuasivos, no lo niego, pero, mientras los tres de Cuerpos embarazosos realizan un convincente reclamo digno de unas estudiadas técnicas de marketing, actuando ellos mismos desde la empatía y el acercamiento sin trabas ni repulsa de ningún tipo a cualquiera de los pacientes que acuden a su consulta por muy repugnante o desagradable que sea el problema corporal que pueda presentar, el de La piel que habito no se anda con chiquitas y no se corta un pelo a la hora de realizar cambios a su antojo en el cuerpo que se presente, utilizando métodos tan persuasivos como la violencia gratuita, el secuestro y el dominio por la fuerza.
Yo creo que el doctor Ledgard es la reencarnación viviente del siglo XXI de alguno de aquellos famosos médicos nazis del Tercer Reich.

Claro, yo comprendo que Ledgard, cuando ocurrían los hechos narrados en La piel que habito, todavía no había tenido ocasión de experimentar con más pringaíllos y por tanto no se había convertido aún en un psicopatocirujano en serie, pero, en ciertos momentos del film, me preguntaba yo que hacían los del equipo de Quantico que no se habían puesto a buscar como locos al pobre Vicente. Y es que, como digo, Ledgard no se anda con chiquitas, es de ideas fijas y las pone en práctica sin pararse a examinar ni su conciencia ni la más mínima lista de código ético alguno. Él, como si de Dios se tratara y fiel a esa máxima que reza “querer es poder”, hace o deshace a voluntad pasando por encima de cualquier norma deontológica, sin asegurarse previamente de si existe alguna enmienda de ley que le cubra sus espaldas.

Ha habido casos precedentes en la historia el cine, aunque sin la categoría y los eminentes conocimientos del doctor Ledgard, pero no han pasado de meros sustos, aunque al final la cosa se escape de las manos y termine mal, pero es cierto que a los violadores hay que tratarlos con mano dura. Realmente me pregunto qué es peor, si dormirte un día en una camilla de quirófano siendo hombre y despertarte siendo mujer sin comerlo ni beberlo, es decir, sin voluntad expresa sobre el asunto, o que, sin dormirte, a lo bestia, anestesiado solamente al estilo del fard west, te aten a una camilla y te hagan creer que te han quitado tus pelotas, y encima que no sea obra de un cirujano experimentado sino de una mocosa adolescente guiada por un manual de veterinaria (Hard Candy).

Lo cierto es que no comprendo cómo hay tanto adicto a la cirugía plástica, a meterse prótesis aumentativas, a recortarse de donde sobra, a remodelarse tal o cual zona corporal o incluso al cambio de sexo. Yo odio hasta que me metan la tijera en la peluquería y qué decir de que me hagan algo para lo que requiera anestesia total o hipnosis. No me gusta nada que me manipulen mi organismo sin ser consciente de ello por mucho que pueda esperar un resultado magnífico.

Pero, para qué decir, cuando intento ponerme dentro de la piel de Vicente, el chico que habita el nuevo envoltorio creado por Ledgard, y no, si el caso es que me gusta, ¿cómo no me va a gustar?, tiene mucho mejor aspecto que el mío. Pero me pongo en el caso de que conviertan mi apariencia en la de Schwarzenegger o me coloquen un miembro del estilo del de Colin Farrell -no es que se lo haya visto nunca, creo, es que me habló de su tamaño un amigo gay- y no me gusta nada la idea de que alguien pueda cambiar mi físico a su antojo.


-De los inconformismos a los cambios de sexo

Y es que esta enrevesada temática es como un arma de doble filo... Recuerdo cuando, siendo yo adolescente, se puso de moda el pelo liso y todas hacíamos lo posible y lo imposible por conseguir un pelo lo más planchado que pudiéramos imaginar, y mierda cuando salía el día húmedo, te echaba por tierra todo el trabajo del día anterior. Más adelante la moda cambió por la del pelo a lo afro, y allí estábamos todas haciendo cola en la peluquería para salir con un cabezón voluminoso en extremo y todo nuestro pelo frito. En definitiva, la que tenía el pelo lacio necesitaba algo de volumen y unas ondas que le dieran gracia a su peinado, y la que lo tenía rizado, era urgente que consiguiera una melena lisa, suave, brillante y desenredada. La que tenía las tetas grandes, trataba por todos los medios de esconderlas o disimularlas, mientras que las que se consideraban de “Castellón de la Plana”, hacían lo inimaginable por aparentar a toda costa dar la impresión de estar dotadas de unos buenos apéndices mamarios. Nadie se sentía conforme con su físico, siempre queríamos lo que no teníamos y nos sobraba lo que sí teníamos.

Ahora los tiempos son diferentes y uno o una ya puede transformar su cuerpo a su capricho o necesidad, aunque, eso sí, pagando lo que cuesta. Existen todo tipo de operaciones quirúrgicas para que uno deje de ser como es y se transforme en la persona que siempre quiso ser. En el caso de los transexuales, para conseguir ser el hombre o la mujer con los que uno o una se identificó y que solo veía en sus sueños, ya que la triste realidad era muy distinta, pues su cuerpo no concordaba con la persona que sentía ser.

Éste es uno de los temas recurrentes en Almodóvar, el de la transexualidad, y en sus películas siempre deja entrever alguna tragedia subyacente, la tragedia propia de quien no se siente a gusto dentro de la piel que habita o el cuerpo que no se corresponde con la psique de quien vive dentro de él. Y es que la transexualidad en sí es un drama, que puede ser abordado desde diferentes puntos de vista y cuyo enfrentamiento puede llegar a buen término si se sabe manejar y si se agarra con optimismo. En el ciclo reciente del que hablaba antes, el de las pelis de Almodóvar emitidas por la Sexta 3, más bien un miniciclo, he tenido ocasión de volver a ver La ley del deseo, una de mis preferidas y en la que, para mi gusto, Banderas estaba que se salía, sin menospreciar su interpretación de Robert Ledgard. Pero la que más se salía era la Maura, que, aunque también se salía en Volver, la cual también volví a ver (parece un trabalenguas) como el actrizón que es, la pobre lucía un físico que no se merece. Pero, a pesar de que reconozco que Carmen Maura no puede decirse que sea una belleza, era asombroso ver lo guapa que estaba y transmitía sentirse haciendo de Tina, la hermana transexual de Pablo Quintero (Eusebio Poncela). Creo que nunca vi una Carmen Maura más espectacularmente bella.

No sé..., tal vez esto del cambio de sexo sea una experiencia positiva a la hora de subir nuestra autoestima o proporcionarnos un poco del ánimo perdido. Es como un cambio de look o una sesión de shopping a lo bestia pero a mayor escala. Quizás el cambio definitivo que nos haga decir “aquí estoy yo y soy como me da la gana”.


-Almodovarianismo, de la tragedia a la ciencia ficción

Me pregunto dentro de qué género está considerada La piel que habito pues leo por ahí, entre los comentarios y las críticas, que la encasillan dentro del drama, el thriller, el drama psicológico o el thriller psicológico, y es normal, yo también la clasificaría de esa manera, así la considero, pero llama mi atención no verla incluida en ese gran género que es la Ciencia Ficción y que para mí es, por así decirlo, la base física en la que se asientan los argumentos cinematográficos de este film, toda vez que, en cuanto a la concepción moral o espiritual, es un drama clarísimo, una tragedia en sí misma, al más puro estilo de la Grecia clásica, muy al gusto del thriller actual o del cine negro, si se quiere, combinado con un almodovarianismo depurado, tendente a un minimalismo centrado en el siglo XXI. Si bien es cierto que he leído en algún sitio que se habla de La piel que habito como de una introducción a la CiFi y que, de hecho, el mismo Almodóvar se está planteando acometer una incursión en toda regla dentro del cine de Ciencia Ficción.

Para mí ya lo ha hecho con La piel que habito, que parte de ese tema clásico que hace referencia al alcance de la vida eterna, a la conservación, para siempre, de la vida terrena, a la inmortalidad del cuerpo, tema inmortalizado (valga la redundancia) en el mito de Frankenstein.

A lo largo de la historia de la literatura y las creaciones de ficción, cuando el hombre ha jugado a ser dios y ha pretendido manipular la vida humana a su antojo, solo ha sabido crear monstruos. Hagamos un recorrido por algunas obras que lo corroboran como son La isla del Doctor Moreau, novela original de H. G. Welles, llevada al cine en varias ocasiones, o la tremenda y terrorífica El ciempiés humano.

Si se dio o se está dando, tanto en la ficción como en la vida real, este tipo de experimentos genéticos que científicos sin escrúpulos como Robert Ledgard, Víctor Frankenstein o Josef Mengele, entre otros, fueron o son capaces de realizar con seres humanos, hubo y está habiendo organismos y asociaciones del tipo de las ONGs que mantienen una lucha activa por controlar que no se lleven a cabo sobre animales, lucha que se mantiene viva desde el siglo XIX, en que grupos activistas se pronunciaron en contra de la vivisección. La estupenda película 12 monos, en cuyo argumento tiene lugar un divertido equívoco sobre el que se asienta toda la trama del film, hace referencia a uno de estos grupos defensores de los animales, a científicos locos que pretenden desviar el rumbo de la humanidad entera y a futuros no lejanos en los que los viajes en el tiempo formen parte de nuestra rutina diaria.

En Gattaca ya tuvimos la oportunidad de conocer en su día esa bella historia fantástica contada mediante una estética de depurado estilo minimalista adaptado a una ciencia ficción de factura sobria y elegante en la que se nos muestra la vida de dos seres humanos que comparten su identidad. La piel que habita su protagonista, Vincent, también, como nuestro Vicente de Almodóvar, es suya; su esencia, sus inquietudes, su ideología, su esfuerzo, en definitiva, su alma, también son suyas; sin embargo, su identidad se la ha comprado a otro, que le vende igualmente su orina, su sangre, su color de ojos y sus huellas digitales. En Gattaca, al igual que en La piel que habito, hay una transferencia de identidades, un dejar de ser yo para pasar a ser tú. Jerome Eugene Morrow (Jude Law) le transfiere su identidad a Vincent Freeman (Ethan Hawke) y desde ese momento pasa a ser como una especie de fantasma, como un ser descarnado o inexistente que vaga en su silla de ruedas por una aséptica vivienda de estilo futurista en la que parece no existir vida. Vicente (Jan Cornet), el chico que trabajaba en una tienda de ropa regentada por su madre, se convierte también en un fantasma, en un ser inexistente, desaparecido, y ha pasado a prestar su cuerpo, transformado completamente en el de una mujer, a un nuevo ser, un ser creado por la mano del hombre, Vera (Elena Anaya), que no es otra que la viva imagen de otro fantasma, el de Gal, el objeto de amor de Robert, a quien inútilmente pretendió salvar de sí misma.

Y por último quería hacer referencia también a esas otras películas de contenido fantástico como son las de mutantes, esos seres mitad humanos mitad héroes que, como los antiguos personajes mitológicos, poseen facultades extraordinarias que los diferencian del común de los mortales y cuyas propiedades a veces son debidas a alteraciones genéticas provocadas por la mano del hombre, por científicos locos que igualmente juegan a ser dios y que, en muchos de los casos, a pesar de que puedan ser objeto de nuestras envidias al pensar ingenuamente que son súper hombres o súper mujeres con la vida resuelta gracias a sus poderes mágicos, la realidad es que se enfrentan a dificultades o a empresas mucho mayores y más peligrosas que las de los humanos corrientes. Véase por ejemplo X Men. Aunque también podemos remontarnos a ese otro tipo de mutaciones que, más que una ventaja o un súper poder, convierte al ser humano en un desgraciado híbrido como en el caso de La mosca, en la que un científico, debido a un incidente en uno de sus experimentos, tal vez a causa de algún efecto incontrolable de física cuántica cuando intentaba una autoteletransportación, sus moléculas se fusionan con las de una mosca adquiriendo su aspecto y propiedades. O el caso de una persona desprovista de emociones al ser ocupado su cuerpo por el de un extraterrestre, como sucede en La invasión de los ultracuerpos. O el de un extraño engendro de bebé humano como el de Cabeza borradora. En todos estos casos, como en La piel que habito, algún ser humano es sustituido por un cuerpo y una apariencia que no le pertenece y esto, a mi modo de ver, resulta en una pesadilla capaz de cercenar hasta el límite de lo posible el alma humana.

Almodóvar, después de jugar con sus personajes, con la mayor de las naturalidades, a las perversiones sexuales, al incesto, al cambio de sexo o incluso al asesinato, se ha metido en este terreno de experimentar a ser dios, de practicar con la ingeniería genética humana y ha salido victorioso de su experiencia.


-Final feliz

La historia de Vicente, el protagonista de La piel que habito, es terrible y desventurada, víctima de una sofisticada venganza en toda regla, consecuencia de un equívoco, de una fortuita eventualidad carente de alevosía, por la cual es condenado por obra y gracia de la justicia tomada por la propia mano del todopoderoso doctor Ledgard, quien lo convierte en una cobaya humana. Sin embargo, como reza ese refrán español que tanto me gusta: “no hay mal que por bien no venga” y el que podría ser un trágico final en la vida de una persona, en este caso de Vicente, resulta ser la solución a su problema de amor imposible, pues, no olvidemos que Vicente soñaba con conquistar a su compañera de trabajo en la boutique de su madre, Cristina, cuya negativa, ya que ella es lesbiana, fuera quizás el desencadenante del intento de violación de Norma, la hija de Robert por parte de Vicente, y sin embargo ahora, que regresa convertido en una verdadera mujer (Vera) comienza una posibilidad que el final de la película de Almodóvar deja abierta a las opciones del destino. Pero, si leemos un poco más entre líneas, nos daremos cuenta de que, precisamente, el destino ha sido quien ha jugado con la vida de todos estos personajes, enlazados de alguna manera entre sí, como Almodóvar tiene por costumbre hacer coincidir en todas sus películas, en las que para mí, sin duda, el principal protagonista es el mismísimo sino.


V. E.

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